Campesinos

28 de Febrero del 2020 - Javier Fernández Conde

En los papeles recientes que llegan a mi mesa de trabajo se encuentra el texto de la denuncia de un grupo importante de familias de República Dominicana, presentada recientemente en los tribunales de Florida (USA) contra la poderosa compañía azucarera Central Romana Corporation y su matriz Fanjul Corporation, de raigambre dominicana, con presencia en Estados Unidos. Hace cuatro años (2016), el día de las fiestas patrias en honor de Pablo Duarte, padre y fundador de la nación caribeña, un grupo de guardias armados de la propia azucarera irrumpió en villa Guerrero, provincia de Seibo, donde vivían trabajadores de dicha empresa, desalojando de sus casas violentamente a sesenta familias y destruyéndolas sin ningún tipo de consideración a los más elementales derechos humanos. Representantes de estas familias, cansados de recurrir a la justicia local dominicana, que no quiso ver ni siquiera un delito en aquella tropelía –detrás estaban los poderes locales y estatales y la propia Central Romana–, presentaron su causa ante la corte federal de Florida. Y están a la espera de la sentencia que reconozca y sancione los atropellos sufridos.

El padre dominico Miguel Ángel Gullón, en una entrevista concedida a este periódico en la sección de “Las Cuencas” hace unos meses, denunciaba, por su parte, varios casos similares en el país del Caribe. Reflexionando sobre aquellos desafueros, pensamos enseguida en la problemática de nuestro campesinado asturiano y español.

En efecto, durante las últimas semanas pudimos asistir por los medios de comunicación a las manifestaciones de muchos grupos de campesinos de nuestro país que trataban de hacer sonoras mediante sus potentes tractores para que llegaran a la Administración pública, por la discriminación económica que estaban sufriendo en la comercialización de diversos productos agrícolas, algunos de ellos tan emblemáticos como el aceite. La formulación de sus quejas era clara y contundente: lo que les pagaban los intermediarios y las empresas comerciales o distribuidoras no era suficiente para cubrir los gastos de producción.

El conflicto generado era grave y doloroso, especialmente para el propio campesinado, y también para quienes vivieron en el campo y del campo durante la primera etapa de su vida y deben a su pasado aldeano el afianzamiento basilar de su filosofía social. Y también para otros muchos, como yo mismo, que nacieron y vivieron una parte importante de su vida en el campo y que ahora ejercemos el sacerdocio en ambientes rurales depauperados económica y socialmente y también con unos índices de decreciente pobreza demográfica pavorosa. En concejos agrarios otrora famosos por sus productos y su economía rural de subsistencia holgada y con ciertas capacidades de comercialización –piénsese en Candamu y Pravia, por ejemplo– aquellas épocas “doradas” son ya un recuerdo vago, sin posibilidades inmediatas de recuperación. Y nos resulta doloroso contemplar la melancolía cargada de tristeza de muchos ancianos y ancianas, sentados cada día a las puertas de su casa esperando que suba y se ponga el sol hasta que comience una nueva noche que dé paso a otro día prácticamente idéntico y plano. Comprendemos que semejante desolación y amargura difícilmente les pueda estimular a limpiar de “bardones y ortigas” el entorno de sus casas, un abandono que se compadece muy mal con ese pretencioso eslogan de “Asturias, paraíso natural”.

Con todo, en el carrusel de manifestaciones del mundo campesino que se agitó estas dos últimas semanas en España parecen vislumbrase algunos “brotes verdes”: la capa más baja del proletariado en la actualidad, el campesinado, parece recuperar una fuerza social y reivindicativa, en cierto modo de clase, que pensábamos muerta o adormecida. ¿Dónde están otros sectores del universo trabajador? ¿Cuales son los horizontes reivindicativos de los estudiantes, de los supuestamente llamados profesionales “liberales”, de los funcionarios, de los empleados de empresas de primera línea? Tal vez se contenten con las subidas del salario mínimo interprofesional y de convenios que les aúpan a niveles socioeconómicos desde los que apenas se divisan los campesinos por su insignificancia.

Sería erróneo, y además injusto, enfatizar sobre la decadencia y en ocasiones la miseria y la muerte del campesinado español. Esta problemática económico-social tiene dimensiones mucho más amplias y probablemente universales. Los trabajadores del azúcar expoliados en República Dominicana constituyen un ejemplo doloroso más. Por desgracia, el camino de la legalidad establecida no siempre es el más corto ni el más eficaz. Lo oíamos, hace unos días, en un libro presentado en una librería ovetense sobre el misionero Gaspar García Laviana, basado en testimonios escritos de su amigo del alma Pedro Regalado D. Olmedo: dos frailes fieles al Evangelio de Jesús leído a la letra, y con una ternura inmensa para los más pobres: los campesinos explotados por los terratenientes con el visto bueno de las guerrillas de Somoza a finales de los años setenta del siglo pasado. García Laviana sabía muy bien que la doctrina de la Iglesia legitimaba la violencia en casos de opresión extrema (Paulo VI, Populorum Progresio, nn. 30 y 31). Y murió asesinado (Nicaragua, 1978). El poema funerario que Pera Casaldaliga dedica a este sacerdote asturiano, misionero y guerrillero, resulta sencillamente conmovedor: “Terratenientes eran / los que ahogaban tus pobres, / los que ahogaban mis gentes /. Y el mismo evangelio / que te ardía en las manos / más que el fusil inhóspito. / Amor exasperado, hermano mío, / tus manos bajo el óleo / sangrándote, / llorándote los ojos cielo arriba. / Dime, Gaspar; / ¿qué harías si volvieras?

Sumario: La explotación agraria en la República Dominicana y las movilizaciones del campesinado español

Destacado: La capa más baja del proletariado en la actualidad, el campesinado, parece recuperar una fuerza social y reivindicativa, en cierto modo de clase, que pensábamos muerta o adormecida

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