Castro de Mohías
Hace unos días visité el Castro de Mohías, también llamado Monte del Castro de Mohías. Era por la mañana temprano, la hierba mojada por el rocío de la noche, el silencio interrumpido tan solo por el murmullo del arroyo de Mohías que circunda el yacimiento. Las casas cuadradas que datan su construcción en época romana, de muros de piedra de losa, bien emparedados con esquinas redondeadas y una altura variable entre un palmo y tres.
Hay unas veinte edificaciones de entre doce y veinticinco metros cuadrados cada una, de media tres por cinco metros de lado. Casi todas presentan en su interior un pequeño túmulo de piedras cuyo significado ignoro, tal vez donde disponían de fuego, lareira o fragua, menos probable esta porque, si bien se sabe que la principal labor de sus habitantes era la herrería y fábrica de instrumentos de hierro, es obvio que no todas las casas estaban dedicadas a ese oficio. Esos túmulos no los observé en ningún otro castro de los visitados.
Cuando visito estos monumentos trato de ver, oír y sentir a las personas que allí vivieron, con distintas costumbres que nosotros pero con las mismas necesidades básicas, amar, dormir, comer, beber, reproducirse, servir a la sociedad, rezar, temer, reír y gozar. Cómo lo hacían, qué festejaban y cómo, a quienes rezaban y por qué, qué comían y bebían, cómo vestían. Sabemos por los clásicos, principalmente Estrabón, que eran sobrios, llevaban el pelo largo y túnicas ceñidas, que el trabajo era en equipo participando en todas las actividades por igual mujeres y hombres.
El muro que circunda el castro por la zona que no hay riachuelo, en donde este y el terraplén constituyen una barrera natural, impide el fácil acceso al castro, que de esta forma estaba protegido contra rateros y ladrones vecinos. Y esto ocurría en medio milenio de su historia, desde el siglo II a. C. hasta el III d. C., ambos incluidos.
Es nuestra historia, la de aquellas tribus de albiones, celta o celtizada y posteriormente romanizada, que a lo largo del río Navia (nombre de diosa) o Albión vivieron en este y otros castros (Talarén, Vigo, Coaña, Pendia, Chao Samartín y un largo etcétera) durante más de un milenio.
Es nuestra obligación dar a conocer esa Historia en los colegios, aunque sea como materia trasversal o al menos como actividad extraescolar, lo cual me consta que en algunos colegios se viene impartiendo.
Y también es obligado agradecer a quienes hicieron posible el descubrimiento y reconocer públicamente su entusiasmo y persistencia en el trabajo realizado. Es imposible citar a todos, pero sí al Dr. Jesús Martínez, que fue el pionero junto con el Dr. J. M. Junceda, y a don José Manuel González, curiosamente ninguno de ellos arqueólogos, pero también a los que sí lo son o fueron, como los Maya González y Villa Valdés, entre otros.
Es una satisfacción que actualmente la cultura castreña esté preservada por el Parque Histórico del Navia, el Museo Arqueológico de Asturias y la dedicación profesional de los arqueólogos asturianos.
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