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El drama de la soledad

3 de Marzo del 2020 - José Antonio Flórez Lozano

“El instinto social de los hombres no se basa en el amor a la sociedad, sino en el miedo a la soledad”.

Arthur Schopenhauer

Dos ancianos sentados en el banco del parque muestran y hablan de la soledad. Se encuentran solos; no les llaman, no les visitan, no les hablan, no les preguntan por su salud, no les invitan, no se acuerdan, no se comunican. Los teléfonos están mudos, cubiertos por una telaraña… Solo una vecina, tan mayor como ellos, les saluda, les visita y les recuerda que están vivos. Nadie tiene tiempo para visitarlos; todos están muy ocupados, sus hijos, nietos, etcétera, no reaccionan. Y ellos siguen tragando la amargura de la soledad. Están cansados de respuestas como “estoy reunido”, “tengo la agenda que echa humo”, “enseguida te veré”… Me atrevo a preguntarle a uno de ellos. ¿Qué es para ti la soledad? Me mira cabizbajo con los ojos húmedos y el rostro compungido por la emoción… Y me contesta: la “soledad” muerde. Una palabra que describe desgarradoramente el sentimiento de la soledad… Es la etapa de la senectud en la que el anciano se encuentra muchas veces en la estación de la soledad, después de haber perdido innumerables “vagones” en su recorrido del “tren de la vida”. Surge entonces el sentimiento de abandono, que se acompaña inexorablemente de desamparo e indefensión.

Pergentina y la soledad

Cada vez más, en el mundo occidental se observa una acusada tendencia al aumento del número de personas mayores de 65 años que viven solas. Un 10% se sienten a menudo solos, y sus principales temores se refieren a la pérdida de un ser querido, a no poder valerse por sí mismos o a presentar enfermedad y dolor. Una de cada cuatro personas mayores vive sola, hambrienta de cariño y de amor en la ciénaga de la soledad. Próspero, 94 años, es un hombre que destila humanidad, relaciones, emociones, ilusiones y sentimientos. Sus actuaciones siempre han seguido las cuatro reglas: honradez, humanidad, humildad y humor. Próspero ha generado encuentros y desencuentros y ha convertido lejanías en cercanías. Su agotamiento implica una disminución de energía y de rendimiento. Este factor se relaciona con la falta de sentido de la vida, que, afortunadamente, ha encontrado. Ha luchado eficazmente contra la soledad. La pérdida de un ser querido (un gran amigo) le ha hundido en el pozo de la soledad. Sin duda, es una soledad dolorosa, pero Próspero ha sido capaz de convertirla en una oportunidad para aprender a vivir de una forma diferente. Su saber no proviene de una erudición cosechada en códices polvorientos, es el saber de haber hecho, y, actualmente, sigue viajando con la mochila llena de ilusión, esperanza y felicidad.

Pergentina combate la soledad con sus bromas, que amenizan la conversación cada rato; tiene anécdotas muy divertidas y una risa contagiosa en cualquier momento. También lo hace con sus paseos en plena naturaleza, disfrutando paradójicamente de la soledad del bosque, enfrentada tan solo a la suave brisa que siente en las ramas de los árboles y escuchando el coro del canto de los pájaros; ahí se enfrenta a sus sentimientos y recuerdos asociados a esos árboles, testigos de su ciclo vital. Como dice ella, me relajo dándome baños de bosque, como hacen los japoneses; recojo leña, piñas, castañas y setas. Su armonía con la naturaleza le impide conocer el drama de la soledad que a tantas personas afecta, especialmente en la ciudad. Degusta la vida de continuo prestando atención a todos los detalles imprescindibles, convirtiendo así cada momento del día en un brindis por la existencia, en una experiencia única, en una delicia. También se permite sentir tristeza, dolor, rabia y frustración. Naturalmente, Pergentina también tiene malos días, pasa por malas rachas, llora, grita y dice palabrotas. Simplemente, vive su vida con una actitud basal de superación, aprendizaje y búsqueda del bienestar.

Pergentina saborea la magia de la vida. ¡Podemos aprender tanto de ella! Cuando analizamos la soledad, hay que distinguir entre “aislamiento”, que alude al campo objetivo de los contactos sociales, y “soledad”, que se refiere más bien a las vivencias subjetivas (un sentimiento, a veces de angustia) que experimenta cualquier persona mayor en el conjunto de las interacciones sociales. El distanciamiento es cada vez mayor, porque los “otros” llegan a “ignorarle”, a rechazarle, no reaccionan con una actitud comprensiva, afectiva, flexible y estimulante. La imagen de la separación y del desarraigo está continuamente presente en la mente de la persona mayor que sufre esa soledad dolorosa. Octavio Paz decía a este respecto: “El sentimiento de soledad es nostalgia de un cuerpo del que fuimos arrancados, es nostalgia del espacio”.

Las dos caras de la soledad

Sumario: Cómo enfrentarnos al sentimiento de abandono

Destacado: Hemos encontrado estrechas relaciones entre el envejecimiento saludable y los sentimientos de plenitud, y las que existen entre el envejecer patológico y el sufrimiento en la amargura

En el anciano, aparece con cierta frecuencia la “soledad reactiva”, es decir, la que él mismo va favoreciendo en sus noches glaciales; la soledad fruto de una actitud beligerante; la persona no quiere saber nada del mundo que le rodea, no entiende ni aspira a entender, se cierra en sí mismo. Escuchan continuamente la voz pesimista en su interior, dicen no vivir plenamente o no merecer el amor de los demás, no son quienes desean ser, se sienten solos y están asediados continuamente por los pensamientos negativos. La soledad crónica causa un aumento de genes implicados en la regulación de la respuesta inflamatoria, mientras que los genes implicados en el control antiviral disminuyen. ¿Cuál es el resultado final? Disminución de la función inmunológica. En las personas sociables, lo contrario es cierto. Pero, afortunadamente, la soledad no siempre es vivida negativamente. Muchas veces se la escoge por el sentimiento de plenitud y bienestar que proporciona. La soledad tiene dos caras: una cara es la de la felicidad, la otra la del sufrimiento. Hay que insistir en la soledad que se asocia a la plenitud. Estos mayores, por ejemplo, incluso nos han llegado a decir que emplean estos momentos de soledad para reflexionar, meditar, rezar, alimentar su vida interior.

La plenitud parece ser la característica de estos viudos/as que envejecen bien, rodeados de afecto y de simpatía, ¡lo cual no quiere decir que su vida haya sido fácil y sin problemas! Pero han sabido salir ilesos, conservando un espíritu optimista hacia el futuro. Aquilino, de 81 años, dice que la clave para sacudirse la soledad es vivir con ilusión y argumentos, mirando hacia delante; pasar las páginas azarosas, duras y frustrantes, aquellas que han frenado la marcha o nos han sacado de la pista de la felicidad; sentirse a gusto con uno mismo, lo que nos facilita sentirnos bien con los demás y tener una paz interior hilvanada en un fuero interno de coherencia y de invención. En algunos casos, la soledad no es sufrimiento, inquietud, desesperanza, sino, por el contrario, riqueza, sueños, gratitud, recuerdo de haber sido queridos. Hemos encontrado estrechas relaciones entre el “envejecimiento saludable” y los “sentimientos de plenitud”, al contrario de las que existen entre el “envejecer patológico” y el “sufrimiento en la amargura”. ¿En qué consiste envejecer bien, sino en conocerse a uno mismo, aceptarse tal como se es, asumir y aprender a ser uno mismo?

La soledad “plenitud” es un testimonio de salud psíquica, un fenómeno natural, mientras que la soledad depresiva (patológica) representa una reacción de sufrimiento. Es, pues, en uno mismo en quien se deberán encontrar las fuerzas para aprender a estar solo sin sentirse demasiado solo. Luis, una persona de 89 años, me comentaba su estrategia frente a la soledad: “Me maravillo de cosas que a nadie asombran; por ejemplo, de que a la noche le suceda el día; soy de los que siempre se despiertan con buen humor; me alegra el olor a café, el cielo azul o gris, los árboles con sus hojas verdes o desnudos; me gusta enamorarme todos los días; me gusta la lluvia o el sol”. Luis me sigue hablando tranquilamente: “Las personas deben saber que no podemos contar siempre con los demás; hay que ir hacia la gente, porque normalmente la gente no viene hacia ti”. Como mínimo hay que esforzarse: ¡el quedarse lloriqueando no va a solucionar nada! Hay que aprender a hacerle frente, como nos ha dicho Luis: “La soledad, en el fondo, se aprende; hay que repetirse que se está solo, que esto es así, y que hay que hacerle frente”. Para luchar contra la soledad hay que mantener un deseo. Los deseos son como las mariposas, luminosos, hermosos y volátiles… No desear es claudicar. El deseo es el motor de la vida.

Isidora huye de la soledad

Isidora habla de su estrategia para huir de la soledad. Isidora, con sus 89 años, tiene un espíritu alegre e imperturbable, disfruta de cada momento de su vida sin reparar si ayer fue mejor que hoy, controla no ser arrastrada por las garras de la ambición, evita la disconformidad, que lo único que hace es arrugarnos más la cara, y resalta la sonrisa al más mínimo gesto de amor. Añade Isidora con su cara vitalista: “Hay que aprender a tener una visión positiva de la vida; soportar situaciones adversas te vuelve fuerte, segura, sólida, resistente y te educa para sacar lo mejor de ti”. Para deshacerse de la soledad, dice Isidora, hay que valorar mucho más el tiempo y cada atardecer, amanecer o inspiración de aire llenando tus pulmones; cultivar la gratitud, retener el sentido de propósito de vida y enfatizar lo positivo de cada situación o circunstancia. Entonces, todo se convierte en un gran regalo.

Sigue comentando Isidora, mientras me prepara un café oloroso: el tiempo te obsequia un libro en blanco. Lo que en él escribas será de tu propia inspiración. De ti depende elegir la tinta del arcoíris de la dicha o la gris y opaca del desaliento, la amargura y la soledad; tienes que elegir entre las palabras dulces y hermosas del lenguaje del amor y el relato tenebroso y destructor del odio, el resentimiento y la soledad. Ciertamente, la soledad forma parte de la condición humana, y sería ilusorio pretender no encontrarla nunca y estar a resguardo de la tristeza que comporta. Pero debe ser abordada para saber cómo prevenirla antes de que sea demasiado tarde, y enfrentarse a ella si se torna insoportable para dominarla y trascenderla. La soledad patológica es la antesala de la depresión, la demencia y la muerte. Por ello, la sociedad tiene que sensibilizarse ante este problema trágico de los mayores, generando y desarrollando programas terapéuticos de prevención y control de la soledad, que deberán detectarla, neutralizarla y, sobre todo, prevenirla. Conviene, finalmente, recordar que la soledad no es compatible con la felicidad. El premio Nobel de Literatura José Saramago escribía con mucha sabiduría: “La alegría sola no es nada”. ¡Ayudemos a buscar la felicidad del anciano, que es tanto como luchar contra la soledad!

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