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La pandemia que nos duele

13 de Marzo del 2020 - David Muñoz Vidal (Grado)

Cuando este coronavirus saltó en China, los que entendemos algo de medicina ya sabíamos que se avecinaba una pandemia, y así lo anunciamos en los círculos más directos, indicando que debían prepararse para lo que estaba por venir. Yo pensaba que los gobiernos y las autoridades sanitarias tomarían prontas medidas para cortar su expansión; pero pronto vi que se banalizaba el problema alegando que era como una gripilla, de parecida letalidad (quiero pensar que no por ineptitud, sino con el afán de no alarmar a la población y, sobre todo, de proteger la economía, lo que también dijo la OMS en los primeros momentos, para rectificar luego), cuando no hacía falta ser muy listo para, con los casos de China, hacer una sencilla regla de tres y comprobar que tenía una letalidad global de casi el 4 por ciento, muy superior a la gripe, y eso en dos meses; ya veremos más adelante. Pero en el mundo manda la Economía, cuando debería mandar la Salud, pues de poco sirve tener collares de diamantes si van a faltar cuellos donde colgarlos. Pero esto es otro tema que no quiero analizar ahora.

Nuestro gobierno y las autoridades sanitarias -no me duelen prendas en decirlo- no lo han hecho bien; porque la única forma de contener la expansión e intromisión del virus es controlar fronteras y poner en cuarentena a todo el que entre por sus puertas, nos guste o no, y eso lo advertí en cuanto apareció en China. ¿Que la economía se resiente? Lógicamente; pero más vale que se resienta unos meses y pueda remontar luego -el tiempo que se tarde en controlar drásticamente- que no la gotera de un año o dos de deterioro económico que vamos a tener. Al final el problema económico va a ser igual. A grandes males, grandes remedios. Ya sé que son medidas difíciles, cerrar países y paralizar la economía mundial, pero China ha dado el primer ejemplo con su propio país, aunque su liderazgo económico lo estará lamentando mucho tiempo.

Lo curioso es que venimos cerrando sistemáticamente las fronteras a los inmigrantes que acuden ahogándose y mendigando asilo, trabajo y pan, y las abrimos sin control a todo el que ha pagado un billete de avión, venga de donde venga, aunque traiga un microscópico asesino en la garganta. Así somos de absurdos y de mezquinos -y soy parco en calificativos-. Ahora el virus lo tenemos dentro de casa. Aquellas medidas, si vienen, será tarde. Ahora toca actuar de otro modo, pero también padecer de otro modo.

La alarma, para los que algo sabemos, cundió ya con la etiqueta del virus. Los coronavirus, hasta principios de este siglo, no eran unos virus preocupantes, pues eran el origen de resfriados y enfermedades de vías respiratorias altas ante los que la mayoría de la población tiene defensas; hasta que en 2003 llegó el coronavirus del SARS, mucho más agresivo, con una letalidad de casi el 10 %, y después (2012) el coronavirus del MERS, muy agresivo, con una mortalidad del 30% (una de cada tres personas). Lo que sucede con esos virus tan rápidamente letales es que se autolimitan, en parte por su mecanismo de transmisión y porque el paciente suele fallecer antes de contagiarlo (como sucede con los filoviridae de Marburgo y del ébola). Este nuevo coronavirus, aunque distinto de aquellos -gracias a Dios-, es el SARS-CoV-2, y tiene una contagiosidad rápida, aunque parece que algo menor que la de la gripe, pero con mayor letalidad, como ya dije; y no parece que vaya a autolimitarse, y no podemos aventurar que el cambio estacional lo vaya a controlar, porque también está afectando a países donde hace mejor temperatura.

Muchos medios de comunicación y nuestras autoridades sanitarias se hacen eco de que el virus solo es dañino o letal en personas de edad provecta y de salud deteriorada -no es del todo cierto-, y con ello parece que se lavan la conciencia. Naturalmente, siempre es mejor salvaguardar la población infantil (las mujeres y los niños, primero, como en los naufragios). Pero a mí me duele, porque esa gente deteriorada es, posiblemente, la que se dejó la salud trabajando para que este mundo sea mejor y más cómodo y saludable -entre los que diría que me encuentro-, y me fastidia que ahora venga un virus a impedir que cobremos una pensión sin duda merecida. Me pregunto si, cuando la expansión sea mayor y el número de afectados graves también, ¿están previstos los gastos necesarios? Desde el primer momento se deberían haber implementado los servicios sanitarios, las camas hospitalarias, los aparatos de respiración asistida y los medicamentos. Seamos sinceros: si eso llega, no habrá soluciones para todos. Los antivirales son caros y no creo que lleguen para todos, y los recursos hospitalarios tampoco. Sinceramente, no estamos preparados para la dimensión que podría tomar esta pandemia, y deberíamos comenzar a tomar posiciones. Me da risa cuando oigo que tenemos una asistencia sanitaria maravillosa, cuando los que hemos trabajado en ella sabemos que siempre hemos estado saturados e ido a la zaga de las necesidades. Digamos la verdad: aquí no sobra nada, falta de todo: profesionales y recursos; y si dudan de lo que digo, pregunten a cualquier médico de Familia, al que ven todos los días echando el bofe, o comprueben las listas de espera y la cantidad de usuarios que añaden un seguro privado a sus familiares.

¡Ojalá alguien iluminado dé con el arma sencilla que pueda acabar con este virus de forma también sencilla!, pero no es tan fácil, ni tan posible a corto plazo. No puedo vaticinar lo que nos espera, pero no es nada halagüeño lo que pienso. Háganse cuentas de lo que puede suceder si solamente afectara a un 1 por ciento de la población mundial. No quiero ni pensarlo. En la mal llamada gripe española de 1918, con una letalidad del 2%, sucumbieron 50 millones de personas. Hoy, ha pasado un siglo y estamos más preparados higiénica y sanitariamente, y la ciencia médica ha mejorado exponencialmente. Pero no lancemos las campanas al vuelo. Esto no ha terminado todavía. Lo cierto -pienso- es que el virus ha venido para quedarse como le pasa al de la gripe, y, como él, puede que mute cada pocos años, y volverá con nuevas epidemias -no quiero ser agorero, preferiría equivocarme-. Todo ello va a cambiar nuestros hábitos de higiene, nuestras costumbres sociales, y, además de dejar una larga estela de defunciones, va a escribir una nueva página en la Historia de la Medicina y del mundo. A partir de aquí, el mundo ya no es lo que era.

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