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Ave César, los que van a morir te saludan

29 de Marzo del 2020 - Laura María López Varona (Cangas de Onís)

Esta es salutación que acude a la mente cuando aparece ante los medios de comunicación el vicepresidente Pablo Iglesias y manda sacrificios que ni él mismo ni ninguno de los miembros del carísimo gobierno al que pertenece está por la labor de aplicarse, pero que está pronto a sentarse cómodamente para verlos.

Pablo Iglesias ha dicho que el coronavirus "distingue de clases sociales", y en esto sí se le ha de dar la razón, porque hay una clase social a la que no afectará el virus en su vertiente económica: la clase política a la que él pertenece, clase privilegiada como pocas, clase pasiva e improductiva, inepta e inútil. A los miles de cargos políticos que sostenemos con nuestro esfuerzo no les ha de preocupar lo más mínimo la situación de crisis que se avecina. Tienen el elevadísimo sueldo que perciben asegurado pase lo que pase. Regístrese si hay ahí (en sus emolumentos) algún movimiento dentro de la órbita de todas las previsiones y disposiciones para hacer frente a la crisis económica que han sido anunciadas a bombo y platillo. No se hallará ninguno.

A Pablo Iglesias no le es lícito proclamar que el virus distingue entre clases sociales. Para el comunista, más que para ningún otro hombre, es detestable, en sí y absolutamente considerado, todo sistema social que proclame en teoría o profese en práctica algún tipo de privilegio; pues el verdadero comunista sabe que semejante sistema es absoluta oposición a sus postulados filosóficos. Por eso, aun dando caritativamente por supuesto que tiene recta intención de defender la causa de los trabajadores y de los pobres, tal como él la entiende, toca examinar lo que tiene de comunista, para ver si, considerados los principios de su escuela, secta y partido (todo a un tiempo), su modo de vida puede de algún modo avenirse con su pertenencia a la clase privilegiada de los políticos. Y de tal examen resulta que este es un comunista cesarista que solo figuradamente desciende de la esfera en la que se ha puesto a vivir a la baja región del obrero.

Precisamente por lo que de comunista dice que tiene, debería rechazar la caridad, por implicar el hecho verdadero de la desigualdad, de la preeminencia de quien la practica sobre quien la recibe. Pero ¿qué otra cosa está haciendo él, sino caridad con la clase que sufre lo que no está escrito para el mantenimiento del orden y el de su persona? Caridad, pero no con lo suyo, no con su sacrificio, ni con lo que le sobra de sus ingentes ingresos; no prescindiendo de su nivel de vida, eso no. La caridad la practica con el esfuerzo, las privaciones y el dinero de los demás. El suyo y el de su señora esposa no se tocan. Y con esa cara dura llama a la cohesión, a la obediencia, a la unión de las fuerzas comunes, y se atreve a conformar reglas morales con las que aleccionarnos.

Compárese a este gran comunista con un católico corriente, quien, por el mero hecho de serlo, jamás ni en parte alguna rehuirá obrar todo el bien que física y moralmente pudiere; sabiendo como sabe, que en todas partes y siempre, cuanto para este fin tome, lo toma de lo suyo, y luego dígase quién es más útil para la sociedad, quién es el comunista y quién el emperador, el César.

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