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Ezequiel Fernández Fernández, "San Ezequiel de los cursillos"

20 de Marzo del 2020 - Javier Gómez Cuesta

Se extinguió una llama viva de esta Iglesia de Asturias. Todo el mundo que lo conoció dijo de él lo mismo: es un santo. Un santo extraño en nuestro mundo, porque a nosotros no nos daba por esa primordial exclusividad para el Señor y muy después, muy en décimo lugar, lo demás. Un poco sí, pero tanto, tanto, no éramos capaces. Por eso lo admirábamos. Era un eremita en la ciudad. Hablar con él era tocar lo trascendente. Con los temas y cosas de la vida cotidiana te escuchaba más que hablaba, para preguntarte en seguida: ¿y esto cómo lo vives de cara a Dios? Uno de los axiomas de su credo era que Dios tiene un plan sobre cada uno de nosotros. Y la felicidad y la dignidad de la vida estaban en realizarlo. Si todos estuviéramos convencidos y esa fuera nuestra principal preocupación, el mundo sería muy distinto y seríamos felices, sin duda.

Sumario (si hiciera falta): En la despedida de un hombre comprometido con la Iglesia

Destacado: Fue padre espiritual y confesor de multitud de personas de toda Asturias y de toda índole, que encontraron en él el mejor guía para su vida espiritual cristiana

Nació en La Foz de Morcín, en una familia de facultativos de minas, cuando aquella cuenca era un arsenal de carbón. En esa dirección encauzó primero su vida, estudiando en la Escuela de Capataces de Mieres, y luego comenzó Ingeniería en Madrid. Allí oyó la voz para su nueva vocación, que pronto siguió con entrega total y hasta con radicalidad, no anduvo a medias. Pasó más horas en la capilla del Seminario rezando que en la calle. Era su casa, por la que paseaba más que se arrodillaba. Fue una “vocación tardía” en un curso de compañeros con mucha diversidad de carismas: Víctor de la Concha, en literatura; José Gabriel (Pepito), el famoso administrador de la diócesis; Juan Antonio Rabanal, también entre los potenciales santos; Avelino L. Brugos, misionero; Cristino el de las cooperativas agrarias; Franco Baizán, el más popular de Oviedo… Así hasta veintisiete que recibieron la ordenación sacerdotal en el año 1957.

A D. Ezequiel, nada más ordenado, se le encomendó la administración del Seminario de Oviedo. Como había estudiado ciencias y no latines, creyeron que sería la misión más adecuada. Pero lo suyo no eran los dineros, las compras, las nóminas, las obras… eran las almas. Y los unos y las otras no casan bien, aunque algunos lo intenten. Dio un salto mortal, de administrador a padre espiritual del Seminario ya siempre -hasta que tuvo que ser trasladado a la Casa Sacerdotal por su salud deficitaria-, y padre espiritual y confesor de multitud de personas de toda Asturias y de toda índole, que encontraron en él el mejor guía para su vida espiritual cristiana. Era maestro espiritual, pero esto hoy se cotiza poco. Pero los que fueron a su escuela lo admiraron y elogiaron. El cardenal Tarancón lo tuvo en gran estima. Tanta que, ante el dilema de elegir consiliario de los Cursillos de Cristiandad, movimiento muy pujante ya en los años sesenta, entre José María Díaz Bardales y D. Ezequiel, nombró a este último. Los dos, muy distintos en su talante y modo de vivir el compromiso cristiano, tenían buen cartel en el Movimiento. Y esa fue ya, durante toda su larga vida activa, la misión pastoral a la que se dedicó, celebrándose hasta ahora más de quinientos cursillos, el último, el 512, muchos a golpe de tesón y de llamadas personales, convencido de que el que se encuentra con el Señor cambia y mejora su vida, del que han salido gran parte de los cristianos más comprometidos, incluso en la política. Fue muy divulgado el dicho: “¿Qué os dan en el Cursillo? Tú, vete. Se ve la vida desde la otra parte y ‘de colores’. No quita alegría, la da”.

Últimamente parecía que tenía prisa en llegar a ver “cara a cara” a ese amigo “del alma” que lo llamó, y sin titubeos lo siguió. Casi no sabía otra cosa que hablar de él. Por eso, cuando se encuentren, no se extrañarán. Han sido, día a día, noventa y dos años de fidelidad.

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