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Reflexiones desde el encierro

13 de Abril del 2020 - Constantino Díaz Fernández (OVIEDO)

Estamos en España, a fecha 22 de marzo de 2020, cumplida la primera semana del confinamiento en casa, la primera de las dos que, en principio, ha dictado el Gobierno de la nación, al amparo del Real Decreto 463/2020, de 14 de marzo, por el que se declara el estado de alarma para la gestión de la situación de crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19, y, además, quedamos al albur de lo que pueda acontecer en las próximas fechas con la evolución de ese puñetero virus (más comúnmente conocido como coronavirus), que nos ha venido a sacar de nuestra rutina diaria, quitarnos la tranquilidad y sumirnos en una permanente incertidumbre, generadora de angustia, ansiedad y temor, que es el peor de los escenarios en los que se puede vivir.

Lo grave es que esta situación, generalizada en el mundo, en nuestro país nos ha cogido precisamente en el peor momento, o sea, con el peor Gobierno que hemos tenido en la corta historia de nuestra reciente democracia. Un Ejecutivo poliédrico, abigarrado y desnortado, que se ha demostrado incapaz de haber detectado el problema a tiempo, valorar las consecuencias y tomar las medidas pertinentes para anticiparse a sus efectos. Todo ello con la ventaja de haber tenido como ejemplo lo que estaba sucediendo en otros países y las medidas que en la mayoría de ellos se habían puesto en marcha para afrontar esta coyuntura. Reaccionó tarde y mal, no actuó ni tan siquiera cuando ya teníamos el problema dentro de nosotros, sino cuando ya empezaba a desbordarnos. Ahora, después de haber declarado el estado de alarma y determinado las cabezas responsables de su gestión, estamos asistiendo a un auténtico desconcierto causado por las disputas que entre las dos facciones formadoras del Gobierno se están produciendo por llevar la primacía de las iniciativas, aumentando de esa manera el descontrol y, por ende, la descoordinación entre los ministerios sobre los que recae la gestión de este ya de por sí difícil y complicado problema. Todo un conjunto de despropósitos que está llevando al colapso a nuestro Sistema de Nacional de Salud, poniendo en elevado riesgo la atención sanitaria a todos los afectados por el virus y, desgraciadamente, a poner en manos de los profesionales sanitarios, ante la falta de medios, la triste y lamentable tesitura de tener que descartar la atención de determinados pacientes en beneficio de otros, según criterios tales como esperanza de vida u otros que sin duda supondrán una enorme carga emocional en los profesionales que tengan que tomar estas decisiones y que les condicionarán de por vida. Desgraciadamente, sin otra opción, tenemos puesta la esperanza de la solución en las mismas manos del problema. Al igual que los ingleses piden ¡God save de Queen!, entendiendo que con ello salvarán el reino, también aquí tendremos que pedir que ¡Dios salve a España! Lo peor es que, dado el tiempo en que vivimos, y el poco caso que hacemos a las divinidades, me temo que Dios no se va a ocupar de estas cosas.

La gran esperanza de toda catástrofe está en que por mucho que dure y por muchas consecuencias que lleve acarreada siempre llegará el día en que todo se termine y solo quede en el recuerdo. No sé si la naturaleza aplicará en este caso la teoría darwinista de la eugenesia, pero sea como sea, todos los que sobrevivan a esta penosa pandemia, que serán la inmensa mayoría, vacunados ya contra este "bicho", y dejado atrás toda la inquietud de la que fueron prisioneros, se tendrán que replantear viejos criterios y conceptos y empezar a tener en alto aprecio todas aquellas cosas de las que venían disfrutando sin apenas darse cuenta de ello, y que por tal motivo en ningún momento se plantearon que podían perder. A pesar de todas las tristezas que se habrán tenido que dejar atrás, entre ellas las irreparables pérdidas de seres queridos, con entierros sin despedida y la desolación de sus deudos y amigos, puede que al final de todo esto amanezcamos, más temprano o más tarde, con una nueva España.

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