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Molín del Puerto

29 de Marzo del 2020 - Antón Corostola (Avilés)

Hoy todos estamos sufriendo el confinamiento en nuestros hogares, a excepción de los que cuidan de nosotros de múltiples maneras, luchando contra el virus. Para la generación última, que es la mía, es una novedad, y no digamos para las más jóvenes. Pero hubo una generación anterior a la mía en la que más de la mitad de los españoles lo sufrieron de otra manera.

En la Asturias de Belarmino Tomás y su yerno, el guardián del mercante “Luis Caso de los Cobos”, habilitado como cárcel y antesala de la muerte, más de la mitad de la población no podía salir libremente por temor a encontrarse con los milicianos “luchadores por la libertad” y no solo perder la suya, sino la vida.

Estábamos en guerra y “el bando nacional” bombardeaba la costa y los puertos tratando de evitar la barbarie que suponía el gobierno de suegro y yerno. Por ello mi madre estaba refugiada en una cueva del Molín del Puerto, en San Martin de Podes, y conmigo en el cuello, alguien con espíritu caritativo le fue a decir que mi padre, Venancio el de Pachico, había aparecido muerto en la playa de Xagó. Se equivocaba, era un cura y por la tonsura le confundieron con mi padre, que era bastante calvo ya de joven.

Mi padre, con otros profesionales de la mar, huyó de la Asturias de Belarmino para salvar la vida en un bou de Candás, mi padre de motorista, y llegó a Canarias. Después, al ritmo de la guerra, llegó a Ribadeo y en su Base Naval se dedicó al mantenimiento del hidroavión de reconocimiento que terminó pilotando. Su aportación en la guerra “fue muy apreciada y él fue un egoísta”, pues pasó de pilotar un avión a manejar una grúa en el puerto hasta que se jubiló. Para poder educarme a mí tuvo que trabajar muchas veces día y noche. Gran padre.

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