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Una historia de gran intensidad que atrapa al lector

24 de Marzo del 2020 - Gloria Baamonde

Velasco Ediciones ha publicado recientemente la segunda edición de la novela de Francisco Rodil Lombardía, “La noche de las luminarias”. La novela iba a ser presentada el pasado día 12 en el Club Prensa de LA NUEVA ESPAÑA, pero todos los actos culturales de dicho Club fueron cancelados hasta nuevo aviso por la decisión del Gobierno asturiano de evitar concentraciones de gente con motivo de frenar el avance del coronavirus en Asturias.

La primera edición de la novela, publicada en diciembre de 2018, se vendió en tan solo tres meses, señal inequívoca del éxito que alcanzó entre el público. La historia está ambientada en la Segunda República y en la Guerra Civil de 1936 y tiene como escenarios principales Santa Eulalia de Oscos, la ciudad de Lugo y Castropol. Cuenta una historia de gran intensidad que atrapa al lector desde las primeras páginas, pues, gracias a algunas anticipaciones bien calculadas de hechos todavía no ocurridos, el lector se siente estimulado a seguir leyendo para resolver la curiosidad y la incertidumbre que han despertado en él, algo que solo podrá suceder en los últimos capítulos de la novela.

“La noche de las luminarias” cuenta la historia de Andrés Vélez Magadán, un chico nacido en una familia humilde de Villamansa del Río Sacro (nombre ficticio con el que el autor denomina a su pueblo natal: Santalla de Oscos), que consigue, gracias a la influencia de su maestro don Florián, una beca para estudiar en Lugo. La beca consiste en el alojamiento gratuito en el hospital de Santa María a cambio de pequeños trabajos dentro de dicho hospital, que le dejarán tiempo suficiente para estudiar y acudir a las clases del Instituto masculino de Enseñanza Media.

El muchacho se adapta bien a la nueva situación gracias al apoyo que recibe de los amigos de su maestro, todos ellos intelectuales republicanos con cargos importantes en la vida lucense de aquel momento. De modo que, no solo logra culminar con buenas notas los cursos de Bachillerato, sino que consigue aprobar el examen de ingreso en la Escuela Normal. Pero, cuando está a punto de obtener el título de maestro, el estallido de la Guerra Civil de 1936 le impide hacerlo.

La Guerra Civil significa un punto de inflexión en la vida de la ciudad y en la de Andrés. Los amigos de su maestro desaparecen o son detenidos. Él mismo, ante la hostilidad manifiesta de los que rigen el hospital, decide abandonarlo. Vaga por la ciudad hasta que, finalmente, es detenido y conducido a los sótanos del Gobierno Civil y, días después, trasladado a la prisión provincial de Lugo. Después de un tiempo y de varios interrogatorios, es llamado en la lista de los que iban a ser sometidos al acostumbrado paseo. Junto a otros presos, es conducido a una camioneta. Todos iban maniatados y fuertemente vigilados. De repente, un gran resplandor apareció en el cielo. Andrés reconoció de nuevo la aurora boreal que había contemplado de niño. En medio del desconcierto de todos, se produjo un incidente insospechado: una emboscada de milicianos mata a los vigilantes y deja en libertad a los dieciséis presos que huyen en grupos. Andrés se une a un grupo que va hacia a Asturias. Después de muchas vicisitudes decide pasar por su pueblo. Y allí se entera de la muerte de su hermano en el seminario de Lugo. Esta noticia quiebra sus últimas esperanzas, desiste de viajar a Oviedo y acepta el destino que un tal Pastor, jefe clandestino de los republicanos, le ofrece: embarcarse con destino al exilio en un país extranjero desde Castropol.

La novela tiene una estructura circular muy cuidada y bien diseñada. Esto quiere decir que su final remite al principio: la llegada de Andrés al muelle de Castropol es contada por Claudio, el enlace castropolense encargado de protegerlo y conducirlo al barco que lo llevará al exilio, en el segundo capítulo de la novela. Este mismo episodio lo cuenta Andrés en el capítulo 39. Este equilibrio se reitera en otros aspectos de la obra.

La novela está dividida en dos partes: la primera consta de 23 capítulos y cuenta la vida de Andrés en Villamansa y después en Lugo. La segunda parte abarca desde el capítulo 24 al 40 (16 capítulos) y cuenta fundamentalmente la vida de Andrés después del estallido de la Guerra Civil, su huida a través de las montañas de Lugo siempre en ruta cercana a la frontera entre Asturias y Galicia para penetrar finalmente en los Oscos y en Castropol, como puede observarse en el anexo cartográfico añadido a la segunda edición. Un breve epílogo cierra la novela.

Subtítulo: Sobre la novela "La noche de las luminarias", de Francisco Rodil Lombardía

En la primera parte predomina el tempo narrativo lento, con muchos pasajes estáticos: narración del pasado más remoto de los personajes, con numerosos episodios secundarios, tendentes a describir la adaptación del muchacho a la ciudad de Lugo y la satisfacción con la que consiguió vivir allí, otros dan cuenta de su evolución hacia la madurez. Del mismo modo, especialmente en los capítulos en los que un narrador impersonal presenta a Claudio y Evangelina dialogando, abundan las descripciones y los pasajes reflexivos en los que estos dos personajes comentan y analizan aspectos de la vida de la época, que a veces llegan a ocupar un capítulo entero –así, por ejemplo, en el capítulo 16 se analizan las causas del fracaso de la República o en el capítulo 20 se comenta la tardía llegada del voto para las mujeres en España–.

En la segunda parte tan solo seis capítulos están dedicados a los diálogos de Claudio y Evangelina en los que continúan analizando el distinto desarrollo de la guerra en Galicia y en Asturias, la desigualdad de fuerzas de los ejércitos contendientes o comentando la suerte de alguno de los conocidos de Andrés, por ejemplo, la del Dr. De Vega Barrera (cap. 36).

En los capítulos de esta segunda parte, narrados por Andrés, la narración recupera el modo temporal propiamente narrativo, la acción se precipita de capítulo en capítulo y el relato se carga de suspense, porque si bien el lector sabe ya cuál va a ser el final del joven, desconoce cómo se producirá el desenlace. Los lectores leemos con la misma incertidumbre y la misma angustia con las que el muchacho va viviendo su acontecer diario. Al suspense y a la tensión contribuye también la persecución que desde el comienzo de esta segunda parte sufre Andrés por parte de los sublevados y la situación de indefensión en que se encontró con sus amigos y protectores encarcelados o ausentes. Cuando se produce la emboscada a la camioneta de los presos y emprende la huida por las montañas de Lugo la narración se vuelve todavía más angustiosa por la presencia siempre latente de sus perseguidores.

Quizá el aspecto más complejo de “La noche de luminarias” sea la variedad de narradores que presenta. Tres son los narradores representados: Andrés, Claudio y Evangelina, a los que hay que añadir un narrador impersonal que, al comienzo de la novela apenas aparece, pero se prodiga, en cambio, a partir del capítulo nueve de la primera parte en los capítulos en los que Claudio y Evangelina comentan y reflexionan sobre temas de la época o derivados del conflicto bélico.

El narrador más importante es Andrés, pues a él le corresponde la narración en solitario del mayor número de capítulos. Se trata de un narrador en primera persona, dice “yo” y habla de sí mismo. Cuenta de forma retrospectiva su niñez y su juventud hasta el momento en que se embarca para el exilio. Su situación narrativa corresponde al final de su huida cuando consigue refugio en la buhardilla bien disimulada de una taberna. En esa circunstancia tiene 19 años.

El segundo narrador es Claudio, cinco años mayor que Andrés, quien relata la llegada de este al muelle de Castropol en mayo de 1937 (cap. 2) y las experiencias compartidas por ambos durante los once meses que duró su convivencia (desde mayo de 1937 hasta abril de 1938). Declara que él es el depositario del manuscrito que Andrés le dejó antes de embarcar con rumbo a México. Y cuenta cómo lo conservó con esmero, completó alguna parte y reescribió alguno de sus capítulos, aunque la mayoría los transcribió tal cual estaban en el original. Pero Claudio superpone dos situaciones narrativas: la que comparte con Andrés (desde mayo del 37 a abril del 38) y la que comparte con Evangelina, la hija de Andrés (ya en plena transición de España hacia la democracia). Claudio es un narrador que, aunque en muchas ocasiones dice “yo” o “nosotros”, no siempre cuenta en nombre propio. Ni siquiera se mantiene siempre como narrador: a veces escucha a sus interlocutores, dialoga con ellos, describe el ambiente, etc. El mayor problema, al menos en los ocho primeros capítulos de la novela, es el continuo y rápido tránsito de una situación narrativa a otra. Esto exige la activa colaboración por parte del lector para reconstruir la historia.

La tercera narradora es Evangelina, que pertenece también al mundo ficticio, pero, al igual que Claudio, no mantiene un rol fijo. En ocasiones es la receptora interna de la lectura que Claudio hace del manuscrito de su padre. A veces es ella misma la que lee siempre desde el comienzo, interrumpe la lectura de Claudio con preguntas, reflexiones o con recuerdos de su padre. A partir del capítulo ocho mantiene conversaciones con Claudio que un narrador impersonal introduce. En ocasiones narra fragmentos de su propia vida (cap. 7) y en el capítulo 13, a petición de Claudio, relata de forma condensada la vida de su padre en México.

La novela, en mi criterio, es sumamente coherente y equilibrada y ofrece una versión verosímil de la realidad histórica de aquel momento, tal como yo misma la escuché durante la posguerra.

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