La verdadera grandeza del ser humano
Si el ser humano tiene algo de sublime y de grandioso, si merece un lugar de excepción en medio de lo creado, no es porque tenga el comportamiento de las pirañas, los buitres o los chacales. Cierto es que, a veces, su conducta deja mucho que desear y su proceder es la viva imagen de una fiera: una madre humana que arroja a un contenedor a un recién nacido; un hombre que asesina a su compañera y “… es necesario matar para seguir viviendo…” en el verso de Miguel Hernández del poema “La canción del esposo soldado”. Pero, dotado de razón, sabe dónde habita el bien y dónde se aloja el mal.
Si el ser humano alcanza los alcores de lo excelso, si toca con la punta de los dedos el “sursum corda” (corazones en lo alto) es porque de manera individual o colectiva pone a disposición de sí mismo y de los demás los sentimientos más nobles que con dificultad, voluntad y paciencia tejen las neuronas –con los hilos de Ariadna– hasta que van saliendo luminosas, como flores de primavera, aquellos preciados verbos que enunciara Platón: templanza, prudencia, fortaleza y justicia y a las que el cristianismo añadió las llamadas “Virtudes teologales”: fe, esperanza y caridad. De este calidoscopio esotérico nacen la generosidad, la benevolencia, el altruismo, la benignidad, la filantropía, la nobleza y la dignidad en lo más alto.
El hombre es el descendiente de una forma menor que, modificándose a través de los siglos, carecía de raciocinio y utilizaba la violencia para lograr sus fines: alimentos, mujeres, esclavos, tierras y el poder absoluto. A través de su evolución y desarrollo entre la marabunta de especies que pueblan la tierra, hubo de sobrevivir y abrirse camino dando mordiscos y navajazos a diestra y siniestra para lograr emprender el camino que le conducía a la supervivencia. ¿Es la violencia del hombre consustancial con sus orígenes? ¿Es una herencia de los primates? Cierto es que me hice muchas veces estas preguntas. Como animal violento para defender su espacio y territorio, practicó la ley del “ojo por ojo, diente por diente”; en su ascensión por la “secreta escala” de San Juan de la Cruz, experimentó un gran cambio encontrándose en que “no hay que hacer al otro lo que tú no quieres que te hagan a ti”, y, al fin, en la senda del séptimo cielo, halló un pergamino en el que se podía leer: “Devuelve el bien por el mal”.
Si el ser humano alcanza, de cuando en cuando, esta grandeza nos es porque haya inventado un arma de fuego, el avión, el submarino, el ordenador y el “face de bouc” (cara de carnero) –nuestro de cada día– es, sobre todo, porque se siente capaz de sobreponerse a las más ruines pasiones; humillar sus más abyectos instintos y tender la mano a su próximo. Si el ser humano alcanza el lugar sagrado donde habita la dignidad es porque ha sabido perdonar, escuchar, hablar a su debido tiempo y, sobre todo, mirar hacia atrás como el sabio de Calderón: “… y cuando el rostro volvió…” para ayudar a los que se quedan por el camino.
En estos días de incertidumbre, desasosiego, tensión y alarma resulta grato contemplar cómo los cinco sentidos se hacen sensibles y se logra el cénit de todo cuanto de bueno se alberga en nosotros.
“… A las ocho de la tarde, que son las ocho de la tarde…” cuando las palmas de las manos repican como el bronce de la campana para testificar un merecido homenaje a quienes trabajan con abnegación, altruismo y profesionalidad en los centros hospitalarios para ayudar a los que padecen la corona del Nazareno en sus entrañas. Para recordar a los fallecidos y sus familiares; para agradecer a los ángeles custodios que velan por nosotros; para reunirse los vecinos saliendo a las ventanas y para juntos, más que nunca, vislumbrar en el horizonte una luz de esperanza.
Son tiempos en los que una humanidad desorientada está obligada a cambiar su rumbo y a replantearse muchas preguntas para las que hasta ahora no hubo nunca una respuesta adecuada.
Hombres y mujeres –sin distinción de razas, ni condiciones sociales– estamos conjurados a caminar de la mano y sentir que la sangre de la solidaridad, la ayuda y la empatía corre por nuestras venas.
Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.
Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:
Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo

