¿Qué virus?
Posiblemente no hayamos tenido nunca en nuestras manos tanto tiempo disponible para la especulación, ya sea la heurística, la monetaria o la conspiranoica, atendiendo a muy diferentes propósitos, todos ellos relacionados con el problema que aqueja a la humanidad en estos momentos. De las tres especulaciones mencionadas (no son las únicas, aunque tal vez las más palpables), la que merece todo nuestro aplauso y admiración es la primera por ser la única que se dedica en cuerpo y alma a remediar el desastre. Ahí tenemos el mejor ejemplo de filantropía que se puede encontrar: un verdadero ejército de personas entregando su vida precisamente para salvar vidas a cambio de nada. Ese ejército tiene su origen en los laboratorios de la ciencia médica que día y noche se afanan en identificar al enemigo invisible (el peor de los posibles) para poder combatirlo, y se despliega por todas las trincheras de los recintos hospitalarios donde se encuentra el frente de batalla para medirse al enemigo en desigual combate. Su amor y su valor no pueden despertar otra cosa que agradecimiento y admiración. Esperemos que algún día la humanidad les honre como se merecen.
Las otras dos formas mencionadas, que bien podíamos considerarlas como mutaciones del propio coronavirus, igualmente perniciosas, solo pueden merecer nuestro desprecio. En el primer caso, porque la usura, siempre condenable, se convierte en lo más abominable cuando se aplica a comerciar con el sufrimiento humano, con la muerte y aun incluso con el más allá (no hace falta remontarse a Lutero para corroborarlo). Esa irrefrenable voracidad carroñera se ampara en la fórmula mágica del “libre comercio” auspiciada por el sistema capitalista, carente, como es sabido, de cualquier atisbo de sensibilidad humanitaria. En el terreno de la especulación conspiranoica, dadas las circunstancias geopolíticas en que se ha producido la pandemia, resulta casi inevitable la tentadora sospecha de una operación bélica planificada por algún contendiente para hacerse con la hegemonía del planeta y de sus recursos naturales, sospecha que, visto lo visto, no parece que tenga demasiado fundamento. No me resisto a incluir en este capítulo a nuestros históricos conspiranoicos nacionales (los del 11M), que, aunque hayan renovado los nombres, siguen conservando la misma genética y no han tenido la gallardía de arrimar el hombro en circunstancia tan dramática para el país, más bien al contrario: poco menos que han atribuido al Gobierno la invención del COVID-19. De acuerdo con su cínica interpretación tradicional de la realidad, no han sido capaces de reprimir su escandaloso oportunismo. Y así, en vez de ofrecerse a colaborar desde el primer momento cual corresponde a un buen patriota, ante el mensaje de ánimo del Presidente “Juntos podemos vencer" interpretaron que se trataba de una confesión de debilidad gubernamental que no debían desaprovechar. Era más importante derrotar al Gobierno que al coronavirus. Tal muestra de oportunismo, en esta oportunidad, es más inoportuno que nunca. Suena demasiado a mezquindad.
A menudo decimos que en situaciones extremas de sufrimiento humano afloran los mejores valores morales de las personas, pero desgraciadamente vemos que esto no se cumple de manera universal, pues hay individuos que anteponen su ambición a su condición de seres humanos. Ya lo dijo el hagiógrafo en la famosa parábola que bien podemos aplicar al momento presente: una parte de la semilla (la del mortífero virus) cayó en terreno noble y generó una inmensa cosecha de nobleza y solidaridad; otra parte cayó en un cascajal estercolado y lo que hizo crecer fue un arsenal de espinas y de cizaña.
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