La Nueva España » Cartas de los lectores » Éxodo de vuelta a casa

Éxodo de vuelta a casa

30 de Marzo del 2020 - Olái Leal Vázquez (LEntregu)

El Éxodo es el segundo libro de la Biblia. Se trata de un texto tradicional que narra la esclavitud de los hebreos en el antiguo Egipto y su liberación a través de Moisés, quien los condujo hacia la Tierra Prometida (que fue para la mujer de esta historia y para mí: llegar a casa).

Es difícil coger tu vida y llevártela de un día para otro, cambiar de país. Bien lo supieron los perdedores de muchas de las antiguas guerras del globo; perdedores de guerras étnicas, religiosas o económicas. Es difícil coger todo aquello con lo que vives, de pronto, para partir a otro lugar.

En los últimos días he vivido esta situación. Soy un estudiante que se fue un año del Estado. Aún sin finalizar la feliz estancia, las circunstancias me han hecho regresar. La familia tenía miedo, todos mis amigos se habían ido, cuando me di cuenta me vi entre cajas y con vuelos cancelados sucesivamente. Llevo varios días viajando, intentando llegar a mi casa.

En estos días me he dado cuenta de que sigue existiendo gente muy buena, he visto cómo un taxista me enseñaba el aeropuerto desde donde me vine a España. Yo no se lo pedí, me dijo que no tendría nada más que hacer en el día. Me entristecí. También me enseñó una foto de su hija y me deseó suerte.

De ahí he volado a una ciudad española, muy lejos de mi casa. Al llegar un par de personas me ofrecieron quedarme en sus casas. Estaban lejos, pero no tanto como la mía. Lo agradecí, pero lo rechacé, me alejaba más de mi destino. El aeropuerto yacía desierto y no hubo control al salir. Una pesadumbre densa (a mí, no sé por qué, me resultó triste y tibia), se apoderaba de las salas por las que iba vagando.

Estaba exhausto. Me fui a dormir a un hostal pegado al aeropuerto; el recepcionista, tras hablar unos minutos, curiosamente, me habló de su hija. Supongo que en momentos así la gente que tiene una hija se acuerda de su hija.

Dormí apenas seis horas, me desperté y me vestí, no desayuné, en el hostal no tenían ya cocina esos días. De esa forma, en ayuno, me fui al aeropuerto. Al llegar, iba pensando que aún quedaba gente buena.

Cuando llegué busqué mi puerta de embarque y, al fijarme en las pantallas que anunciaban los vuelos, me encontré con una mujer muy mayor. La vi mirando a la pantalla como si fuera una nave espacial. Pensé que seguro habría otras cosas que ella controlara y para mí fueran no menos que una nave espacial.

Le pregunté hacia dónde viajaba, ella me dijo que se dirigía al mismo aeropuerto que yo. Me dijo que no veía bien, me recordó a mi abuela. Fue coincidencia que había nacido en la misma villa que mi abuela. Dijo que no se separaría de mí hasta el vuelo. Como las personas sabias suelen ser consecuentes, así lo hizo.

Estuvimos una hora hablando, con metro y medio entre su cabeza y la mía. Me dijo que gracias a mí había visto que aún existía gente buena. Sonreí (yo pienso que enigmáticamente, seguro que tontamente). Seguimos hablando, aconteció otra casualidad. Ella tenía 74 años, yo 21, eran recién cumplidos. Le dije que yo había cumplido el 11 de marzo, ella asintió y dijo que ella también. No me lo podía creer, demasiadas coincidencias.

La mujer tenía evidentes signos de demencia que dejaba entrever solo de vez en cuando. Me seguía recordando mucho a mi abuela. Yo vigilaba la pantalla con los vuelos, ella vigilaba, en cierta manera, mi alma. Hablamos. Hablamos mucho. Me contó que su marido había muerto de una enfermedad oncológica. Estaba triste, hacía seis años que había fallecido. Al final me dijo: “Es que me dijo que se moría y se murió, era tozudo y sincero. Solo me lo dijo una vez y el cabrón va y se muere”. Después se quitó la mascarilla que llevaba y dijo: “Es que se me empañan las lentes”. No llevaba gafas, las tenía en la mano. Eso me apenó profundamente. Luego tragó saliva y dijo: “Mi marido no era muy bueno, era machista, como decís los modernos de ahora”. Me dio también pena.

Después me contó que era muy optimista, que había trabajado hasta partirse la espalda, y así era. Me dijo que se había operado doce veces. Siete de ellas de la espalda. Me dijo que no se solía quejar, pero que “esto de la gripe esta rara” le estaba causando ansiedad. Yo seguí triste, ella se emocionó y dijo que se le empañaban las gafas otra vez. Las llevaba en la mano de nuevo, no en los ojos. Recordé que tenía problemas de vista, acto seguido aparté la mirada de ella.

Nos indicaron la puerta de embarque minutos después, de esta manera nos fuimos. Ella y yo, ella de 1946 (o 1964 no se acordaba muy bien me dijo) y yo de 1999, los dos. Como nieto y abuela. Como dos indigentes, de dos épocas distintas, dos vidas distintas que se cruzaron por un objetivo común. Por primera vez pude decir “yo nunca he visto nada igual” y ella con sus 74 años me dijo: “Yo tampoco”. No me trató como a un niño, no me dijo: “Normal que no lo vieras, aún eres un niño. Me trató como a un hombre. No como a un estudiante, no como a un joven, no se fijó en mi raza, no sabía mi religión, ni había mirado mi ropa o mis zapatos. Solo como eso, un hombre. Llanamente.

Ella me siguió guardando un metro y medio de distancia para acceder al vuelo valiéndonos de la escalinata. Al llegar al avión, nos montamos y por casualidades de la vida (en las que yo nunca había creído) teníamos la misma fila de asientos. Por precaución nos separaron, también nuestros caminos se separarían ya. Una última mirada cómplice en el aeropuerto de Asturies hizo de despedida. La mujer que había nacido cincuenta y tres años justos antes que yo se iba dirección Oeste en el coche de su hijo y yo, un (casi) hombre, me fui dirección Este con mi madre.

Esta experiencia de empacar todo tan rápido, de tener que irme sin saber si iba a poder regresar a casa, de la falta de confianza que muestra alguna gente y de la mucha confianza que muestra otra, me ha hecho pensar. Si pensamos (por mucho que a veces las circunstancias nos hagan daño y nos pongan a prueba), existimos.

No está basado en hechos reales, son hechos reales.

Olái Leal Vázquez, ya desde casa en L'Entregu, Asturies, a 19 marzo de 2020.

N.º de vuelo: VY1462

Cartas

Número de cartas: 48986

Número de cartas en Diciembre: 109

Tribunas

Número de tribunas: 2175

Número de tribunas en Diciembre: 3

Condiciones
Enviar carta por internet

Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.

» Formulario de envío.

Enviar carta por correo convencional

Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:

Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo
Buscador