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Santos sanadores y médicos santos

26 de Abril del 2020 - Ángel García Prieto

La razón que me anima a publicar este artículo surge al eco de tantos ejemplos que, en las circunstancias adversas que vivimos ahora, se pueden ver en muchísimas personas generosas y entregadas a ayudar a los demás en numerosos ámbitos de los quehaceres laborales. Aunque me ciña en este caso a la medicina, porque es popular la costumbre de pedir a Dios la salud a través de santos intercesores, que son patronos del lugar, titulares del nombre que uno mismo tiene o, sencillamente, por la fama de dadivosos en gracias curativas. Solo algunos de ellos fueron médicos; además ya se sabe que en esto de la santidad sí son todos los que están, pero no están todos los que son. Y así, de millones de médicos de todas las épocas se puede creer que están o estarán destinados a gozar de la gloria del cielo, aunque solo unos pocos pasen por el reconocimiento en el santoral católico con el apelativo de “santo”.

De la primera época del cristianismo se consideran santos algunos, como San Lucas, el colaborador de San Pablo y evangelista, que era médico; San Pantaleón, hijo de otro médico de Nicomedia (Turquía) y mártir en el 303, decapitado en la persecución de Diocleciano. Y poco después en Siria, dos de los cinco hermanos de una misma familia, San Cosme y San Damián, eran también médicos y que, por cierto, gozan de mucho fervor en el valle mierense de Cuna, como “los Mártires de Cuna”. También San Blas, armenio de origen y médico, fue igualmente mártir en la última persecución romana del siglo IV.

Varios siglos después, en el Renacimiento italiano, aparece la figura de otro: San Antonio María Zaccaría, nacido en Cremona en 1502 en una noble familia; estudió en Padua la carrera de Medicina, que ejerció con preferencia entre los pobres, hasta 1526, para ser luego sacerdote, fundar la congregación de los barnabitas y fallecer en su ciudad natal a los 37 años.

Tres médicos italianos del siglo XX

Ya mucho más cerca de nuestros días, también en Italia, a la lista se añade Ricardo Pampuri, médico, hermano de la Orden de S. Juan de Dios y santo desde que Juan Pablo II lo canonizara el 1 de noviembre de 1989. Nacido en el pueblo lombardo de Trivolzio, cercano a Pavía, en 1897. Estudió la carrera y se doctoró con la máxima calificación en julio de 1921 en la Universidad de Pavía, después de haber interrumpido sus estudios al incorporarse en el Ejército durante la I Guerra Mundial. Ejerció la medicina en Marimondo, un pueblo de Milán, de 1921 a 1927, fecha en la que ingresa en la Orden Hospitalaria de S. Juan de Dios, enfermando de tuberculosis dos años después, para fallecer en 1930. En su causa están consignadas tres curaciones milagrosas, las dos primeras a dos italianos y la tercera a un niño español de Alcadozo (Albacete) en 1982.

El Papa Juan Pablo II canoniza en 1987 a Giuseppe Moscati, un médico de la ciudad de Benevento, cercana a Nápoles. Había nacido en 1880 y falleció cuarenta y siete años más tarde; hijo de un magistrado, tuvo una brillante carrera profesional en la que alternaba la enseñanza universitaria con la práctica de la medicina. Se caracterizó por una dedicación muy humana a los enfermos y la generosa entrega a los enfermos indigentes. Supo enfrentarse a los problemas sociales y cívicos de su tiempo y su ciudad y llegó a demostrar la coherencia de su fe y su intachable conducta.

También una italiana, la doctora Gianna Baretta, ha sido canonizada hace pocos años, tras haber fallecido heroicamente después de haber dado a luz a su cuarto hijo y preferir la vida de este a la propia. Padecía un fibroma de crecimiento rápido, por el que le habían sugerido un aborto que ella rechazó. Murió a los 39 años, en 1962. Había ejercido la pediatría en el Nido de Asilo de Puerto Nuevo, una institución de caridad de Génova

Al menos tres hispanos hacia la beatificación

Aún más cercanos a nosotros, se han iniciado hace no mucho tiempo algunos procesos de beatificación de médicos; cito solo tres de los que tengo datos, pero es fácil que haya varios más que no conozco. En Pamplona, el boletín de la diócesis de junio de 1997, publicaba un edicto con el inicio de la causa de beatificación de Eduardo Ortiz de Landázuri. Segoviano, nacido en 1910, catedrático de Medicina de la Universidad de Granada, se trasladó a Pamplona con su familia de siete hijos, para iniciar la andadura de la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra, de la que fue decano. Recibió la gran cruz de Alfonso X el Sabio y la cruz del Mérito Civil, porque era un gran trabajador, un excelente profesor y un médico experto y tremendamente humano. “Quienes lo conocieron lo recuerdan como un hombre bueno, alegre, recto y heroicamente cristiano”.

Un caso similar es el médico y profesor Ernesto Cofiño, nacido en 1905 en Guatemala, que tiene abierto su proceso de beatificación, después de haber fallecido en aquella misma ciudad en 1991, con fama de santidad. Pionero de la investigación pediátrica en el país centroamericano, después de haber estudiado medicina en París, fue más de una veintena de años catedrático de Pediatría y había creado centros asistenciales para niños necesitados. Casado, tuvo cuatro hijos y también –como Ortiz de Landázuri– era miembro supernumerario de la prelatura del Opus Dei.

Igualmente está abierta la causa de beatificación del doctor Pedro Herrero Rubio, de Alicante (1904-1978). Casado, sin hijos, se especializó en ginecología, aunque dedicó su actividad también a la pediatría, volcado en una entrega absolutamente generosa a niños enfermos, especialmente con los pobres y fue especialmente piadoso. Destacó por sus estudios sobre el Kala-Azar, enfermedad parasitaria.

Este artículo no es ni mucho menos un elenco exhaustivo y probablemente existan otras iniciativas de fervor popular que animen nuevas causas de beatificación, además de las que ya estén abiertas y las que puedan existir en latitudes más lejanas. Aquello que los católicos entienden por “santidad” anima todo tipo de actividades y profesiones, pero si consideramos el “alma médica –con palabras del doctor Valdés-Hevia, que fue presidente del Colegio de Médicos de Asturias– como el conjunto de valores que se da en un hombre inclinado ante otro ser humano postrado”, las virtudes de un santo dejan ver en la medicina su efecto beneficioso, por la gran carga de proyección humana que puede y debe tener su ejercicio.

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