Curé del virus
Apacible tarde de primavera, sueño en mi rinconín astur desde esta parte norte de la provincia de Madrid donde guardo recogimiento. Me dieron de alta en el hospital de El Escorial hace ocho días; ningún síntoma, no hay tos, fiebre ninguna.
Creo haber vencido al bicho… ¿intercesión divina? ¿Una médica joven que me administró una droga amarilla que me dio colitis y expulsé todo ese veneno nefasto que dicen que fue incoado por chinos que se zamparon los murciélagos de la ira?
El paracetamol puede que influyese, pues el día de mi ingreso en el hospital de San Lorenzo de El Escorial, cuando estaba muy malito, el paracetamol me obligó a sudar y la fiebre desapareció a la mañana.
Ha sido muy duro, yo creí que era una gripe, pero no estaba en razón: son síntomas muy diferentes: fatiga, cansancio, tos irremisible, respiración ardua.
No sé, no me explico, recuerdo que la primera noche, cuando me internaron al dar positivo en el virus, recé las tres partes del rosario, no podía dormir, pero la oración me consoló y, viendo casi la muerte cercana, me resigné a la voluntad divina sea lo que Dios quiera; me pasé por la frente calenturienta una imagen de Santa Teresita de Jesús que me salvó la vida en Londres y otra en Nueva York, e inexplicablemente empecé a repelar.
Agradezco muy profundamente a mi familia asturiana que se ha interesado por mí: Juanjo Tuya, mi mejor ATS, y su señora, Ludi; Leticia mi sobrina; Cova Muñiz y su madre, Mabelina, y Raúl Tuya, que reside en Canarias; mi cuñado Jorge Isoba; todos gente maravillosa, asturianos de pro a los que quiero con toda el alma. A todo ellos se lo agradezco lo mismo que a los facultativos del hospital, que se desvelaban por salvarme la vida arriesgando la suya.
Yo sigo aquí, quiero que esta carta en LA NUEVA ESPAÑA sea un grito de esperanza y un llamado al optimismo en estos momentos tan difíciles. Bendito sea Dios.
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