Antivirales liberales
El tercer nivel en la jerarquía de Maslow, determina que la humanidad siente la necesidad de pertenencia a un grupo. Precisamente, en esa necesidad se apoya toda la instrumentalización sicológica del soberanismo y otras candideces, potencialmente peligrosas, aún no resueltas por la razón. Es esa parte irracional que llevaremos cosida a la genética hasta la extinción. De lo que trata el conocimiento, aunque no siempre con éxito por motivos de carácter instrumental relacionados, precisamente, con intereses de pertenencia, es potenciar la reflexión en detrimento de la iniquidad, el argumento científico sobre la banalidad visceral.
En estos días de zozobra, muy dados a la reflexión existencial, la prensa asociada en torno al liberalismo virtuoso, viene haciendo recuento de la maldad que encierran todas y cada una de las medidas adoptadas por el Gobierno en materia sanitaria y económica, dos conocimientos que, para bien o para mal, van indisolublemente unidos. Para bien, cuando las inversiones en la sanidad pública nos iguala a los países de mayor rango y, para mal, cuando la derecha política española se empeña en privatizar una parte importante de nuestros recursos hospitalarios y esclerotizar los restos. Pero esta es una cuestión menor. Lo que de verdad importa es azotar a quienes llevan las riendas de esta crisis porque se proyectan demasiado, urbi et orbi, en los medios audiovisuales. No vaya a ser que convenzan y después venzan. En esta simpleza reduccionista se comprime todo el ruido mediático de los patriotas con columna. Toda la ideología liberal metida con el calzador de la servidumbre.
No se pone en tela de juicio el neoliberalismo salvaje que nos conduce directamente al medievo, se cuestiona la salida a escena del presidente, vicepresidentes y vicepresidentas y ministros y ministras, en general; en particular, Sánchez e Iglesias, los inventores de la economía de estado. Dos comunistas que quieren destruir España. Primero fue la exhumación de los restos de Franco, cosa banal que no corría ninguna prisa. Con esa cantinela llegamos hasta la fecha del cuarenta y cuatro aniversario de su inhumación en el Valle de los Caídos. Después, llegó el escandaloso matrimonio político con Unidas Podemos. Más tarde la mesa de diálogo con el independentismo catalán. Y ahora, para acabar con la paciencia de la concurrencia conservadora y ultraconservadora, aunque ya no se sabe muy bien quién es quién, les viene a dar notoriedad la televisión. Siempre nos quedarán columnistas y opinadores que lo darán todo por la patria. Eso sí, metiéndonos en el cuerpo una inyección de razonamiento permeable a sus postulados con antivirales de erudición dogmática. Estamos salvados.
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