Comillas digitales
La Real Academia de la Lengua define la Ortografía como “… conjunto de normas que regulan la correcta escritura de una lengua…”. Esta “correcta escritura” no se refiere solamente a los conocidos contenciosos que siempre existieron entre la hache y su ausencia, entre las jotas y las ges o entre las uves y las bes. También estudia los signos de puntuación, que facilitan la lectura en voz alta y dan sentido al mensaje. Entre estos figuran las comillas. Hay tres clases: las “superiores” o inglesas, las “angulares”, de uso más frecuente en el mundo hispano, y las “simples”, menos usadas. Unas y otras tienen la misión de destacar el contenido de algunos elementos del mensaje: ironía, uso coloquial, extranjerismos, citas literales, errores…
Pero la Academia de la Lengua no incluye las “digitales” por olvido, por desconocer cómo se expresan los hablantes o sabe Dios por qué. Esta nueva clase se diferencia de las de siempre en que son tridimensionales, es decir, tienen altura, anchura y profundidad. Por esta razón, su acomodo natural está más en la Geometría del espacio o en tratados de Lenguaje Corporal que en la Gramática.
Se ejecutan con la ayuda de las manos: cuando el sujeto agente quiere dar relieve al significado de alguna palabra o frase, las eleva y las orienta hacia el receptor del mensaje. Inmediatamente estira los dedos índice y medio, y les imprime, con los nudillos como bisagra, un movimiento, más o menos sereno, de arriba abajo. Con esta acción lo que la parte contraria puede percibir no son unos dedos que se agitan con el aire festivo de una jota, sino cuatro garfios amenazantes. No hay conversación, privada o pública, en que alguno de los participantes no las exhiba en el momento del discurso que considera más brillante. Es cierto que a veces el emisor las sustituye por un sencillo y oral “entre comillas”, pero esta solución no es muy frecuente porque, para muchos, resulta realmente expresivo y refinado el mencionado movimiento. Desconocen que hay otros medios de enfatizar las distintas partes del diálogo. El tono y otros gestos suplen la actividad de los dedos.
El vocablo “digital”, elemento protagonista del invento, viene de “dígito”, palabra latina, que, después de mucho peregrinar, se convirtió en “dedo”, de donde deriva el humilde “dedal” con cuya ayuda las madres disimulaban, con aguja e hilo, los tomates de los calcetines y restauraban el desgaste de las rodilleras de los pantalones, desgaste, o rotura, que hoy está de moda. El “dígito” en cuestión se extendió por algunas ramas del saber: desde la Botánica (“digitalina” o “dedalera”), pasando por la música (“digitación”) y la Aritmética (una cantidad de tantos “dígitos”), hasta aliarse, en nuestros días, con ceros y unos en cámaras de fotos, relojes, termómetros… ¿Quién no sumó o restó alguna vez “digitalmente”?, ¿quién no manifestó su aprobación con el “dígito” pulgar hacia arriba?, ¿quién no apuntó al vecino con el “dígito” índice rígido, como si le diera un ultimátum?
Esperamos que la Docta Casa, en la próxima edición de la Ortografía, admita estas comillas de última generación, con el mismo derecho con que incluyó en el Diccionario “haiga”, “almóndiga” y “toballa”. “Cocreta” espera su momento porque ya está fichada.
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