A examen

7 de Abril del 2020 - Ana Belén Menéndez Arnaldo (Tineo)

Ante la imposibilidad de conciliar el sentido del comunicado de la Consejería de Educación difundido en la tarde del sábado 4 de abril a través de la web institucional con las declaraciones de la Consejera que recoge la prensa regional de ese mismo día, y que apuntan a la posibilidad de resolver el curso por el medio salomónico de la promoción automática, siento la necesidad, como docente, de exponer mi punto de vista sobre esa hipotética solución, poniendo de esa manera, si quieren llamarlo así, la venda antes de la herida.

Nos hemos hartado de decir en las últimas semanas que en esta situación de emergencia todos y todas tenemos que dar nuestra mejor versión. Nuestro alumnado forma parte de una ciudadanía abofeteada por una situación que es un desafío sin precedentes. Esa pertenencia les hace responsables, como a los demás, de la misma obligación de aportar aquellos esfuerzos que sean proporcionados a sus fuerzas y recursos. Ni más, ni menos. Siempre es un error exigir por debajo de las posibilidades de desempeño, pues de esa negligencia se deriva un desarrollo de las personas muy por debajo de su potencial real. Si cada ciudadano y cada ciudadana tiene que dar en esta crisis su mejor versión, la mejor versión de nuestros alumnos/as necesita de una ayuda por parte de la Administración responsable de sus destinos académicos más elaborada que la simple del aprobado general o promoción automática. Eso lo saben perfectamente las familias, que dudo mucho vayan a aplaudir una medida que podrá ser cómoda para todas las partes, pero con respecto a la formación de sus hijos/as no hace sino aplazar el problema. Va a haber un día después en el que, por fin, podamos recuperar la normalidad. Es importante que estemos en las mejores condiciones para poder hacerlo. Y en las mejores condiciones solamente se está cuando uno se ha preparado para ello. Hay que pararse a pensar qué perfil de alumnado seguirá trabajando con empeño, incluso con la promoción garantizada, para saber sin necesidad de grandes alardes intelectuales qué alumnos recuperarán la normalidad académica mejor preparados para hacerlo sin problemas.

Dando por hecho que medidas universales de aprobado no están en la agenda de la Consejería, expongo, por si estuvieran siendo contempladas por alguna de las instancias juez o parte de la cuestión, unas consideraciones prácticas, que, pienso, avalan mi punto de vista: aprobar a todo el alumnado no es difícil, pero puede serlo determinar con qué calificación. El simple aprobado no va a satisfacer a la parte del alumnado que se mueve en las calificaciones más altas, y aunque se opte por cerrar el curso con los resultados obtenidos hasta el 13 de marzo, quedaría anulada la posibilidad de mejora, que es uno de los principios irrenunciables de la educación. El aprobado general no va a satisfacer a todos aquellos alumnos y alumnas que durante estas primeras semanas han hecho un esfuerzo muy digno por seguir adelante con su trabajo, adaptándose y superando cada día una serie de dificultades nada menores, en algunos casos. ¿Qué mensaje trasladaría a esas personas una opción que ningunea, en la práctica, aunque jalee, en la teoría, ese esfuerzo? El aprobado general, lejos de suponer un incentivo o una compensación para nuestro alumnado, sería el reconocimiento explícito a una idea tácitamente asumida: la de que nuestros alumnos/as tienen en general una capacidad resolutiva y de afrontar los problemas muy por debajo de la que en realidad presentan.

Muchos alumnos y alumnas están dispuestos a seguir adelante con el curso, presencialmente o a distancia, y terminarlo de una manera digna que no comprometa más de lo imprescindible sus opciones de futuro. Algunos de esos alumnos y alumnas tienen, además, la suerte de contar con medios técnicos para afrontar con garantías una enseñanza a distancia que puede ser una alternativa perfectamente válida y eficaz, debidamente coordinada su implantación. Algunos no están en situación tan favorable, y cuentan con unos medios limitados a veces a un teléfono móvil con el que trabajan y hacen llegar las tareas al profesorado que les atiende. Yo digo que la mayoría de los alumnos/as que están en ese segundo caso, debidamente motivados e incentivados, puesto en valor su esfuerzo como desde luego merecen, no se deja vencer por la adversidad, y continúa trabajando con la misma dedicación con que lo venía haciendo. Sufriendo, claro está. Obligados, por la fuerza, a madurar y aprender lo que significa tener que trabajar en un entorno inestable, incierto y con la amenaza sanitaria permanentemente de fondo. Pero lo pueden hacer. Y lo están haciendo, de hecho. Con tacto, con cariño, y atendiendo con el mayor mimo cada petición de ayuda que cursen, debemos animarles para que persistan, dejando que sean partícipes de la resolución de un problema en el que son primeros afectados.

A todos esos alumnos y alumnas, que juntos son la mayoría del alumnado que atendemos en las aulas, hemos conseguido atraer a la causa durante estas primeras semanas de trabajo a distancia. Y a los que restan, que, aun siendo minoría, nos importan y preocupan tanto como los otros, debemos seguir intentando atraerles a la buena causa. Pero va a ser complicado desde medidas garantistas, con buena intención, lo doy por hecho, pero posibles contraindicaciones. Por eso pienso que nuestro objetivo prioritario para lo que resta de curso es conseguir que sigan trabajando los que nunca han dejado de hacerlo, y seguir intentando que empiecen a hacerlo los que todavía no han empezado, bien sea por falta de medios, por falta de ganas, o por una combinación de ambas cosas, que, por otra parte, suele estar en la raíz de esos casos, tanto de ordinario como de extraordinario.

Los medios sí importan, desde luego. Esos alumnos/as que están trabajando con unos recursos que no alcanzan los mínimos son un ejemplo de superación que hay que premiar, y no solamente con calificaciones. Hay que intentar subsanar esas carencias, cualquier carencia, pues de ningún modo podemos evaluar negativamente a un alumno o a una alumna sin haber garantizado primero que cuenta con los recursos para llevar a cabo el trabajo que se le pide. Se han dado algunos pasos en esa dirección, y bien dados están. Pero entiendo que no están agotadas todas las opciones. Ese sistema de préstamo que se ha apuntado en alguna de las comunicaciones de la Consejería es una idea válida. Tienen que sumarse a ella los propios centros escolares, que, en muchos casos, disponen de equipos que ahora mismo no dan servicio a nadie; misma cosa referida a las administraciones locales, con sus redes de telecentros que se crearon, y se pagaron con dinero público, para dar servicio a los ciudadanos. Pues no van a encontrar mejor ocasión que esta de servir a los ciudadanos/as que más importan: los y las estudiantes. Idéntico llamamiento a las asociaciones de padres y madres, que, con los medios de que dispongan en cada caso, pueden también aportar a la causa, y estoy segura de que lo harán, si se les requiere para ello.

Eso sí: los tiempos, factor crítico en esta como en cualquier coyuntura complicada, no juegan a nuestro favor. Todo ese trabajo de atender las carencias de nuestro alumnado en cuanto a recursos debería estar hecho el día 13 de abril, de tal modo que se pudiera iniciar un tercer trimestre con la garantía de que podrá ponerse a trabajar todo el que quiera hacerlo. Esa misma mañana, deberíamos ser capaces también de ofrecer a nuestro alumnado una versión refinada de la acción docente que hemos improvisado en estas semanas: válida y esforzada, pero poco coordinada. No estoy a gusto de vacaciones, como seguro que no lo están la mayor parte de los profesionales de la educación, sabiendo que esos asuntos están por resolver.

El examen más crítico del que aquí se tiene que hablar no es aquel que convoque al alumnado, sino el que debemos superar todos los profesionales de la enseñanza, desde sus trabajadores de a pie hasta su cabeza más visible.

Por eso, desde un respeto profundo, le pido, señora consejera, que sea valiente, que no se rinda y que no nos obligue a rendirnos de forma prematura. Todavía se pueden hacer muchas cosas.

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