La seguridad total no existe
A través de la pandemia del COVID-19 si algo estamos corroborando es nuestra endémica vulnerabilidad. Vivimos en una sociedad que ofrece un espejismo de seguridad total con la aviesa intención de adormecernos de nuestra condición de animales políticos, tal como Aristóteles denominó al humano y sumirnos en una especie de infantilización social. Para ello se utiliza un discurso político cientifista, que simula tenerlo todo controlado, pero como se está demostrando ahora es eso, una simulación. Ese planteamiento de la seguridad total, además, es lo más alejado que existe del pensamiento científico, que siempre vive en una realidad contingente de paradigmas hasta tanto surgen otros nuevos que sustituyen a los anteriores. Una ciencia que si algo muestra en cada avance no es tanto lo que sabe sino lo que falta por saber, en una apertura constante a nuevas preguntas y retos. Esta crisis del COVID-19 está poniendo de manifiesto no solo nuestra vulnerabilidad, también nuestras emociones compartidas, o la necesidad de instituciones públicas que velen por el bienestar de todos, o el sacrificio y la competencia de tantos profesionales de diferentes áreas. Es probable que una vez más la frágil memoria colectiva olvide todo eso cuando pase el apretón, lo cual demostraría, una vez más, que no somos tan inteligentes como parecemos.
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