Otra primavera para Pedro de Silva
En efecto, nada es gratuito don Pedro. Observar la plenitud de las estaciones es cada vez más caro. Máxime cuando la observación nos traslada fuera de nuestro entorno.
Un litro de combustible, once céntimos por encima del euro. Verbigracia...
Imagino a la figura de un egregio y erudito, puesto sobre un risco, en un punto cardinal no descrito, palpando con los sentidos la variedad de color, la potencia emergente de un bosque, sombras multiformes, nubes, gotas, fragancia de un estadio primaveral...
Con la brevedad que acostumbra a deleitarnos, quiero complementarle otra visión primaveral, y recorrer con voz escrita los pasillos cerebrales que nos llevan a la sierra de Peña Mayor.
Allí, despertarse a primera hora, levantarse del tálamo y, en batín, acudir a un concierto memorable que los pájaros ofrecen colgados de las ramas es una experiencia única.
Un cielo despejado es un fondo de escenario sin igual. Una tayuela, una butaca de palco, donde se sirve un café jamaicano, un té de las indias, tostadas, huevos, jamón, chorizos de Bimenes y agrias mermeladas.
El concierto comienza pronto. Pronto es antes de las siete de la mañana, no hay interludio, no lo hay porque en el fondo del decorado, detrás de la gran caliza, emerge un sol naciente que termina acallando a las aves.
Sonidos eclécticos, en clave de sol, fusas, semifusas, redondas con puntillo... dúos y vises al filo de las nueve. Emoción.
Naturaleza viva, verde en las ramas, verde en las praderías que crecen perfumando de roca un paisaje de libertad.
Misticismo en la tarde, donde la espuma del mar choca contra la cumbre y lentamente cubre sus espaldas, llenando de humedades sus pliegues y vaguadas.
Rara avis meciendo sus alas en céfiro vespertino, la niebla huele a brezo, arrastra sensaciones al chocar contra la piel...
La primavera trabaja. Lo hace todo muy bien.
PS. Queda invitado a la sierra, don Pedro.
José Ordóñez Fal
Lieres
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