¡Ay, nuestra Constitución!
Ya pasaron con lentitud una veintena de días de confinamiento de los más de cuarenta que por lo menos nos quedan para seguir contemplando con tristeza, miedo y dolor la retahíla de cifras que diariamente nos ofrecen los medios, por contagiados y muertos. Para distraerme de tanta tristeza tengo la suerte de ser uno de esos ciudadanos de este país con un pequeño pradín detrás de casa. En él tomo el aire y el sol, contemplo a los pájaros todos afanosos buscando materiales para construir su casa. Amanecen trabajando y no paran hasta eso de las 14.00 horas. Luego desaparecen, supongo que se marcharán a comer el plato del día a algún lugar cercano, aunque me extraña que encuentren dónde, pues todo está cerrado. Pero... pensándolo bien, no necesitan mucho, se arreglan con poco. Dios los creo así, desde siempre han vivido así. También pienso con pena en mis nietos encerrados en un pequeño pisín, como tantos otros, sin que puedan contemplar a mi lado estas pequeñas maravillas de la sabia naturaleza.
Sin embargo, Dios no creó aún mirlos blancos, al menos que yo sepa. Pero a mi prado todos los días, puntual, llega uno que tiene una pluma blanca encima de su lomo. No, no es pintura ni casualidad o broma alguna, es una pluma blanca, estoy seguro. Lo que no sé es si llegará a convertirse en blanco del todo algún día. Si así sucede, baje Dios y lo vea, y, de paso, que nos explique cómo le ha dado por ahí ahora con lo que tiene que hacer.
Hoy, Domingo de Ramos, por la tarde, caen unas gotas de agua del cielo en un ambiente de agradable temperatura (pensando ya en plantar tomates y pimientos), y como no observo a los pájaros en su callado trabajo, pues no están, me pongo a pensar y recopilo mis pensamientos, preguntando con saña a mi mente y respondiéndome esta como con más contundencia.
¿Si hace más de cuarenta años aceptamos nuestra Constitución, por qué muchos de nosotros no la respetamos, me pregunto? -Pues porque no la conocéis, me responde.
¿Por qué siempre existe alguna parte de los ciudadanos -casi la mitad- que, actuando con saña, siempre están empeñados en derrocar al Gobierno de turno legalmente constituido de uno u otro signo, el que sea? -Porque no respetan la Constitución, me responde.
¿Por qué nunca protestamos viendo que el 82% de la riqueza existente en el mundo está en manos del 1% de los ricos? -Porque no lo sabemos, me responde.
¿Entonces, cómo hacemos para vivir los 7.455.000.000.000 restantes habitantes del globo que no somos ricos, con solo ese 18% de riqueza sobrante? -Pues unos muy mal y otros como pueden, me responde.
Los medios nos hacen saber que el Gobierno de España lucha con saña contra el virus traicionero, ese cisne negro que nos llegó sin avisar, a traición. Lo hace con todos los medios a su alcance -me atrevo a creer-. Igual, con la misma intención -supongo- que el resto de países afectados por el coronavirus, ¿o somos distinto acaso de la gran Alemania, de Francia, de Gran Bretaña, o de los mismísimos poderosos EE UU? -Hombre, tenemos tantos problemas como ellos para conseguir guantes de látex y mascarillas, me responde.
¿Acaso no engañaron también con un "tocomocho" a la gran Holanda? -Pues sí, me responde.
Nadie habla del mercado negro nacido con la irrupción de este mal bicho que nos llegó por sorpresa, pescando en un río revuelto donde la desfachatez llega hasta interceptar pedidos en el mismo aeropuerto de salida, cambiando las etiquetas y vendiendo la mercancía al mejor postor.
No, señores, siento contradecirles, pero lo que me dicta la conciencia, como ciudadanos justos y honrados que somos, es que debemos respetar y dejar hacer su trabajo al actual Gobierno que tenemos, del color que sea. Nos guste o no están ahí puestos y amparados por nuestra Constitución. Esa Constitución que fue aceptada mayoritariamente por el pueblo, hace ya más de cuarenta años, como cualquier ley no la podemos aplicar a nuestro antojo solo cuando nos convenga, y cuando no pasárnosla por el arco, con perdón.
Lo digo porque estos días pasados las redes hervían llenas de críticas al Gobierno, con toda clase de bulos, burlas, parodias e insultos, por haber consentido decir a un vicepresidente que la riqueza del país estaba a disposición del pueblo. Como consecuencia de ello me pasé unos días disgustado pensando que si estaríamos en Venezuela. Así estuve hasta que me leí la Constitución, parienta de "La Pepa", que me demostró que estaba en España. En ella me topé con su Artículo 128, que me sacó de dudas al decir: "Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual sea su titularidad está subordinada al interés general".
Después del golpe encajado pienso que la receta a muchos de nuestros males estaría en que tenemos que leer más. Yo la acepto y tomo nota para aplicármela estos días, que el tiempo, creo, nos dará para ello.
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