Hablando de ofensas
Hay que partir de la base de que algunas ofensas son verdaderamente inocuas por su insignificancia. Siempre se prodigaron en la historia de la humanidad, pero ahora con un añadido de mayor dimensión y de proporciones ilimitadas, las ofensas en forma de injurias y calumnias a través de las modernas tecnologías de la información. Y es verdad, además, que cuando se aceptan en lugar de rechazarlas pueden generar contraataques, de mayor o menor calado. Casi podríamos decir que buena parte de los días no nos libramos de alguien que de alguna manera nos ha ofendido. Es más, de forma consciente, subconsciente o inconsciente, siempre habrá quien cavile en cómo dañar a los demás, desde insultos a represalias, desde las injurias y las calumnias, como ya hemos indicado.
Compartirán con nosotros que, por decirlo así, se libra de las muchas moscas cojoneras que andan sueltas. Me viene ahora el título de la novela de William Golding, novelista y poeta británico, Nobel de Literatura en 1983, conocido principalmente por “El señor de las moscas”. En ella un grupo de jóvenes escolares ingleses, supuestamente bien educados y de buenas familias, naufraga y acaba en una isla tropical. El caso es que sin la supervisión de los adultos –la estructura social y la disciplina, y el amor, degeneran rápidamente en una tribu de salvajes asesinos. Y el autor del libro reafirma así las ideas de Hobbes y Freud: la civilización no es más que un fino barniz sobre el estado animal de la naturaleza humana. Si se elimina el barniz, o se permite que se desgaste por el abandono, lo que queda al descubierto es un animal egocéntrico y rapaz, que eliminará a los congéneres que discutan sus órdenes o no compartan sus creencias.
Sumario: De la posición que debemos adoptar ante las injurias y calumnias
No hace falta recurrir a la experiencia que obtuvo cuando, en 1963, el director Peter Brook, inglés, director de teatro, cine y ópera, premio “Princesa de Asturias” de las Letras en 2019, adaptó “El señor de las moscas” a la gran pantalla. Pensó que tendría dificultades para encontrar actores jóvenes que dejaran de lado su educación, olvidaran sus modales en la mesa, y se comportaran como salvajes. Pero lo cierto es que no tenía por qué haberse preocupado, porque necesitaron muy pocas instrucciones. Después, el director escribió: “La experiencia me demostró que la única falsedad de la fábula de Golding es la duración del descenso hacia el salvajismo (…) la catástrofe absoluta podría producirse en un fin de semana largo”.
Sin darnos cuenta, nos hemos adentrado en un mundo más abyecto de lo que habíamos pensado en principio; personalmente podemos señalar que practicamos una fórmula que viene ya de los griegos, no los de ahora, los antiguos, que eran los verdaderos sabios. Cuando las críticas u ofensas, no exentas de calumnias, aparecen en el camino de la vida, aparte de indiferencia y desprecio, seguimos a rajatabla la doctrina filosófica del estoicismo, fundada por el griego Zenón de Citio 300 años antes de Cristo, que defiende el autodominio, la serenidad y la felicidad de la virtud, así como la fortaleza de carácter ante la adversidad. Para mayor inri, los estoicos despreciaban la opinión del vulgo. Como un complemento a esta última frase, traemos aquí el consejo que Séneca dirigió a Lucilio: “Alcanzarás la sabiduría si te obturas los oídos”. Este personaje era procurador romano de Sicilia, al que Séneca durante los tres últimos años de su retiro le escribió 124 cartas.
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