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Libros que hay que leer en tiempos de pestilencia: Muerte en Venecia, un gigantesco Thomas Mann

8 de Abril del 2020 - Antonio Parra Galindo (Cuideru)

¿Pestilencia en Venecia? ¿Qué pestilencia, signore? Son los del Ayuntamiento que están desinfectando... ya sabe el signore: la laguna, el sirocco, el calor, le dice a Gustavo Aschenbach uno de los trovadores que han llegado a amenizar las noches del Lido donde se hospeda el protagonista de esta novela, uno de los mejores libros escritos en el pasado siglo, llevada al cine en 1970 por Luciano Visconti con un cuadro de actores verdadero tour de force: Dirk Bogarde, Luciana Mangano y el sueco Brjön Andressen (Tadzio), el efebo del que se enamora el viejo escritor muniqués de huesos cansados. Aschenbach ha venido a veranear a la Ciudad de los Canales, pero encuentra la muerte, una muerte dulce de peste bubónica, se ahogaban, la sangre se les volvía tierra y los contagiados perecían de congestión, mientras contempla corretear por la arena el único amor de su vida, un amor platónico a distancia, fraguado sólo en miradas y gestos.

El escritor alemán había buscado a lo largo de sus escritos y novelas la contemplación de la belleza, una belleza que encontró plasmado en el rostro de aquel joven aristócrata polaco que se aloja con su madre, su aya y hermanas en el Lido. A Aschenbach le había abandonado su mujer por otro hombre. Lanza un mensaje, el arte de la literatura es un ejercicio inane. Todos los escritores somos unos fracasados, somos camaleones enroscados en la cola de nuestro orgullo.

Suena la música de Mahler, sopla el viento del sur, los gondoleros cantan “tarantelas”, la gente muere en las calles venecianas que se han vuelto peligrosas... asaltos, latrocinios, borracheras. Siempre ocurre. Algunos hasta se enriquecen en tiempos de pestilencia. La peste y la guerra son inherentes a la condición humana, siempre llegan cuando menos se espera. He vuelto a leer “Muerte en Venecia” al cabo de muchos años en versión inglesa; en alemán podría, pero no me atrevo porque es tal la riqueza y delicadeza que oculta la gigantesca prosa de Mann que la labor puede ser tan tediosa y ominosa en los tiempos que corren y más cuando la peste llama a la puerta y estamos ante un COVID-19, que llevaría meses su lectura. Y ríete de la peste bubónica. Lo que padecemos ahora es mucho más deletéreo.

El vibrión colérico se propagaba lentamente de forma ondulatoria mientras el virus Corona arrasa de forma global en alas de los nuevos inventos y de la moderna tecnología.

En 1911 el vibrión bubónico que procedía de la India tardó más de un año en llegar a Europa, la peste de 2020 erigiéndose en China se ha extendido por el globo terráqueo en unas semanas. Se habla de intereses comerciales y de guerra bacteriológica.

Disquisiciones aparte, este diácono que os escribe se ha solazado con los párrafos solemnes esa propiedad del lenguaje que los alemanes llaman acribia de Thomas Mann, se ha compadecido de la humanidad asolada, se ha quedado pasmado ante la belleza efébica de Tadzio (un arcángel se aparece en la plaza de San Marcos) y comprende el mensaje del autor sobre la casta homosexualidad de su protagonista recapacitando sobre el tema con que los satanistas pretenden echar barro contra los muros de la Iglesia católica.

En los altares barrocos esos angelotes con el culo al aire (putti) se retuercen alados en los altares barrocos, Fra Angélico toma de modelos para sus pinturas religiosas a efebos alemanes. Entre los filósofos griegos (Platón, Aristóteles, Epicuro) el amor a los mancebos estaba institucionalizado porque se consideraba a las mujeres un ser intermedio entre la animalidad y la racionalidad.

Lo neutro y lo epiceno sexualmente prendía bien en las cavas vaticanas según Gide. La homosexualidad como el escorbuto, la viruela, el hambre y la guerra siempre nos acompañó a la condición humana. Mann no condena ni condona la debilidad de Aschenbach. Simplemente escribe una obra de arte, buena para leer en nuestra aflictiva cuarentena a causa del morbo pequinés.

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