Ancianos
Muy estimados –y generosos conmigo... que me publicáis mis sermones– hace unos momentos he hablado con una amiga enfermera –he modificado su nombre en la carta– y... se me ha encogido el alma al escuchar lo que ha encontrado al llegar a una residencia de ancianos.
Me ha dado un arrebato y he redactado esta carta.
Muchas gracias por leerla... Abrazos... Uno de Cangas... de Onís...
He titulado esta carta (llamada a la reflexión) “Ancianos” y no “Mayores” quizá porque no acabo de entender eso que se denomina “políticamente correcto”.
Me llama mi amiga Estrella y me cuenta que... en Soria –donde vive y es originaria– en la residencia de ancianos en la que su madre pasó los últimos años de su vida, el número de fallecidos es alarmantemente alto.
Soria es una de las provincias con los datos más elevados –en función de su población– de afectados y muertos por el COVID-19. Los servicios sanitarios de la provincia menos poblada y la ciudad –junto con Teruel– más pequeña de España y con una de las tasas de envejecimiento más altas del país –tras Zamora y Asturias– no tienen infraestructura sanitaria, medios y personal para abordar esta pandemia.
Sin embargo... nada de esto se cita en los Informativos. Incluso en esas cadenas –La 1 y La 6– que han hecho un monotema de esta pandemia y no ofrecen nada que no sea... eso: pandemia. Han convertido la tragedia en un espectáculo veinticuatro horas al día.
¿Solo Soria? Lamentablemente, no.
En Madrid me cuenta Rebeca, que es enfermera, que están yendo a localidades donde hay residencias de ancianos. Lo que hallan al llegar es desolador: ancianos encerrados en sus habitaciones, sin televisión, solos, sin que sus seres queridos vayan a visitarlos –los que iban, pues sabido es que muchos ancianos acaban sus vidas en estos lugares sin que sus familiares vayan a verlos–. Personas de edad avanzada que sufren, peor que el arresto domiciliario, un encarcelamiento en su habitación.
Sería triste que haya tenido que ser esta pandemia el aldabonazo en nuestra conciencia que nos haga reflexionar sobre muchas de las residencias de ancianos públicas y, sobre todo, privadas, donde aparcamos a nuestros ancianos, privados también estos de su orgullo y dignidad; que esta pandemia nos recuerde a demasiadas personas que encierran allí a sus padres y tíos y tiran la llave del agradecimiento vital y humano por la ventana del olvido.
Ancianos con dignidad que, en muchos casos, sufrieron de niños: la Guerra Civil, la posguerra, el hambre, la cruel e inacabable dictadura, y que ahora languidecen entre cuatro paredes recordando que... “Era cuando era ayer todavía”.
“En la taberna del mar hay un viejo sentado, con el pelo blanco suelto;
tiene el diario delante porque nadie le hace compañía.
Sabe el desprecio que los ojos le tienen por su cuerpo, sabe que el tiempo ha pasado sin ningún gozo, que ya no puede dar la antigua frescura de aquella belleza que tenía...
Y se acuerda del seny, el mentiroso; como la cordura le causó este infierno,
cuando a cada deseo a cada instante de gozo... le decía “mañana tendrás tiempo todavía”.
Y hace memoria del placer que frenó, de cada mañana de gozo que se negó,
de cada instante perdido que ahora le hace escarnio al cuerpo labrado por los años.
Es viejo... ¡Y bien que lo sabe... Es viejo, y bien que lo nota...
Es viejo, y bien que lo siente cada instante que llora.
Es viejo y tiene tiempo, ¡demasiado tiempo para verlo...!
¡Era, era cuando era ayer todavía!
En la taberna del mar hay sentado un viejo
que, de tanto recordar, tanto soñar, se ha quedado dormido sobre la mesa...”
Lluís Llach escribo está canción... hace tiempo. Hoy tiene más vigencia que nunca.
¿Vamos a ocultar parte de nuestra historia labrada en cada surco de los rostros de venerables ancianos apartados, arrinconados, olvidados en silenciosas habitaciones de lejanas y a menudo olvidadas residencias de ancianos?
No encerremos ni olvidemos nuestro su pasado que es nuestro pasado, su dignidad, aunque solo sea porque será la nuestra dentro de no muchos años.
Era cuando era ayer todavía...
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