Volver a la vida normal
Leo en este momento en la prensa que, según el Gobierno, el próximo día 26 de abril los ciudadanos recuperaremos “nuestra vida normal”, y lo primero que pienso es que cómo puede volverse a la normalidad después de lo que el mundo, nuestro país, nuestra tierrina, nuestras familias, están viviendo.
¿Qué es volver a la normalidad y cómo vamos a poder volver a ella los que en este tiempo hemos perdido a seres queridos, en unos casos sin que ningún familiar haya podido acompañarlos en sus últimas horas, en otros sin haber podido los amigos abrazar a sus mujeres, hermanos, hijos, en el momento de la despedida?
¿Cómo vamos a recomponernos de la tragedia humana que estamos padeciendo? ¿A qué ritmo “desescalarán” nuestros corazones y nuestras almas?
Lo segundo que se me viene a la cabeza, desde las tripas, es si debemos volver a lo que se había convertido como “normal”: ¿eran normales las prisas siempre para todo, el no tener tiempo para la familia o los amigos, el pensar que o hacemos las cosas en el momento o el mundo se viene abajo? Se convirtió en normal no pensar en el otro, no disfrutar de la lectura, no recrearnos en el arte, no preguntarnos el porqué, el para qué de lo que hacemos. Poco a poco fue desapareciendo la esencia y envolviéndolo todo, de una manera estúpida, la apariencia.
¿En qué estamos convirtiendo a nuestros hijos, con esta vida “normal” que llevamos? ¿Les estamos dando las herramientas para que sean ciudadanos libres? ¿Para que tengan criterio? ¿Qué están mamando en nuestros hogares? ¿Por qué hoy nos avergonzamos de utilizar con ellos palabras como “valores” o “conciencia”? ¿Les inculcamos el respeto y la admiración hacia nuestros mayores, que ya han demostrado todo lo que nosotros, todavía, tenemos por demostrar? ¿Qué queremos que sean en la vida? ¿Y a costa de qué? ¿Persigue algún siniestro fin el que se haya abandonado de la educación en las escuelas la Filosofía, o el que se esté más preocupado de que los alumnos sepan resolver ecuaciones a que aprendan a oír con su alma la música o abrir su corazón a los sentimientos de un poeta?
En nuestra vida “normal” ha renacido, increíblemente, o nos hicieron renacer, un rencor por diferencias pasadas que debieron haber quedado hace mucho tiempo superadas, porque ninguno deberíamos ser heredero de nadie en los errores que ese nadie pudiera haber cometido antaño, porque deberíamos centrar nuestros esfuerzos en construir, en contribuir con ahínco y generosidad de corazón a crear un futuro común sobre unas cenizas teñidas de sufrimiento.
Desapareció, o quisieron que desapareciera, el sentido de sociedad, de ciudadano, de colectividad, con una tendencia cada vez más marcada a un monstruoso individualismo que empobrece el alma y destruye. Porque somos seres humanos, sí, humanos, y hemos abandonado la humanidad que nos define.
Nuestro mundo se convirtió en escenario de estrategias, y en pleno siglo XXI se alimentaron enfrentamientos en todos los órdenes que suponen, en algunos casos, una involución cuyo origen no puede ser otro que, en el mejor de los casos la ignorancia, en el peor, la maldad. En nuestros días, el compañero de trabajo tiene que apoyar al que comparte mesa con él o al que está en un escalón diferente, porque ni los de “abajo” ni los de “arriba” son los torpes o los malos, porque cada uno tiene una misión esencial en el puzle que entre todos construimos. Las administraciones han de estar para servir al ciudadano y ayudarle en las áreas de interrelación de lo público y lo privado, y no para poner trabas en las cosas más simples, o para perderse en burocracias estériles que, en definitiva, frustran, desde sus cimientos, esa función de interrelación. Los políticos (¡ay, los políticos!), ¿están de verdad, todos ellos, prestando un servicio público?, ¿contribuyen con sus iniciativas y con sus intervenciones a fomentar una sociedad cohonestada, libre, respetuosa, responsable, moderna y solidaria? Si nadie debería mentir, a un político debería estarle prohibido.
Todos deberíamos hacer un ejercicio de introspección y autocrítica. Todos, cada uno con sus circunstancias, con su pequeño o gran círculo de influencia, deberíamos replantearnos que somos esenciales, indispensables y únicos para conseguir una sociedad más humana, más solidaria, más honesta. Lo que nuestro mundo es lo es porque nosotros lo somos. Y lo que no nos gusta de él, depende de nosotros, de cada uno de nosotros, el que cambie.
¿Volver a la vida normal? Quizá fuera el momento de sentar las bases de una vida extraordinaria.
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