La gran sencillez
Se hacía preguntas reflexivas admirando el atardecer, pero, así, solo hallaba respuestas dispersas, pues no suele estar la explicación a la vida en la poesía, aunque sí su color, para que brille, incluso, eternamente, si eres Gustavo Adolfo Bécquer. Por eso, escribe el poeta evitando encontrar sentido a la reconversión industrial o busca el amante trasladar el paraíso a su amada con palabras embaucadoras en un ambiente acogedor, evitando así, que su amada se vea obligada a trasladarse de edredón. Esto dice al político que quiera el querer del ciudadano, que lo deberá encontrar en la palabra del poeta que hace ameno el tostón, en el pintor que pinta la guerra haciendo que admires un bodegón, en el escultor que crea, de la nada, lo absurdo pero te sitúa, absorto, ante su mejor creación. Gente como Juan Pablo II, que, desde una humilde ventana del Vaticano, reunía a buena parte de la humanidad a un encuentro del mañana; Elvis Presley, que hacía que bailaras un rock mientras soñabas con sus baladas; Gandhi, que tranquilizaba masas con su presencia para luego agitarlas con su paz; Martín Luther King, que conseguía que apoyaras, blanco, su causa negra.
Personas que, mientras el mundo exista, todos sabrán que estuvieron aquí, que transmitieron todo lo que quisieron a quienes quisieron, mostrándolo todo porque no ocultaron nada, rechazando el interés oculto pero, al final, visible si está presente.
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