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Una cazurrina entrañable

12 de Abril del 2020 - Rufo Costales (Oviedo)

Todo el amor del mundo, protección, sacrificio, lucha, respeto y trabajo. Ese es el legado de una madre de las de antes, nacida en la preguerra, sufridora durante la guerra, explotada en la posguerra, pluriempleada en la dictadura y jubilada en democracia, que ha peleado lo que no está escrito para que sus retoños, a pesar de los limitados recursos económicos, pudieran tener una vida mejor, infinitamente mejor de lo que ha sido la suya.

Mi absoluto reconocimiento a todas esas Madres, con mayúscula, que nos han dado la vida, y entregado la suya por nosotros, sus hijos, sin esperar nada a cambio; si acaso un poquito de atención y de amor.

Hoy, Viernes Santo, nos ha abandonado Mari Cruz, una mujer muy fuerte, pero no inmortal; una de esas heroínas de nuestras vidas, cazurrina entrañable de 97 años, desgastada por los años, el trabajo y el sufrimiento, camino del paraíso prometido, donde la esperan, impacientes por el retraso, antiguas amigas, compañeras de “épicas” partidas de brisca y parchís, en las calurosas tardes del verano leonés.

El maldito COVID-19 no pudo con ella, pero sí sus efectos colaterales, agravados por el déficit visual y auditivo, los problemas de movilidad, la edad y, sobre todo, la privación del contacto físico diario con su familia, con sus hijos, por culpa del puto bicho.

“Espérame en el cielo”, la canción de Antonio Machín, es un acertado y premonitorio epílogo para esta despedida. Nos vemos pronto, mamá.

Mari Cruz era, es, mi madre. Descanse en paz por siempre.

Saludos.

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