En su propia defensa
En estos días que vivimos confinados en nuestras casas intentando cumplir, no sin esfuerzo, el estado que nos imponen, tenemos mucho tiempo para pensar y reflexionar sobre lo que está pasando.
En mi mente inquieta e imaginativa como la de un niño, imagino que todo esto es obra de la naturaleza como un ente propio, con vida y en su propia defensa.
Imagino que no han sido los americanos, ni los rusos, ni los chinos los que han provocado esta pandemia, ni unos lobbies tratando de alterar el mundo para poder obtener ganancias del río revuelto.
Imagino que es la misma naturaleza, la que nos creó, la que nos dio la oportunidad de vivir de Ella, con Ella y en simbiosis, pero que después de miles de años de existencia nos hemos convertido en parásitos suyos.
La explotamos, la exprimimos y la llevamos al límite y Ella ya se está cansando de nosotros.
Lo que fue para Ella en su día su ópera prima ha resultado al final un desastre escénico.
Imagino que nos está dando un aviso, advirtiéndonos de que nosotros no tenemos el control, lo tiene Ella y que, si seguimos maltratándola, tiene el poder suficiente para quitarnos de en medio y dejar a otra especie que evolucione con más sensatez.
Imagino que quizás esto sea un aviso y que, si no recapacitamos sobre lo que estamos haciendo con Ella, tendrá que tomar medidas más drásticas, creando otro virus que acabe con toda la humanidad o que libre solo a alguna tribu aislada en la Amazonia o en el África más indómita, dejando que sean ellos, los que desde el mundo “civilizado” vemos como especímenes arcaicos y a extinguir, los que creen un mundo sostenible y capaz de seguir perpetuando nuestra especie con sus métodos de vida en simbiosis con la naturaleza.
La explicación sobre cómo comenzó la vida en el planeta es algo que no se sabe explicar, pero, desde que aquellas primeras células que hace 3.800 millones de años se empezaron a reproducir, hasta el día de hoy, ningún ser vivo que haya habitado el planeta le ha causado ningún daño excepto nosotros, la especie humana, un ser con una enorme capacidad para crear pero con igual capacidad para destruir.
No sé en qué momento de la historia empezamos a hacerle daño, quizás en la Revolución Industrial o quizá mucho antes, en la edad de los metales, cuando empezamos a fundir el cobre, pero en algún momento su hijo predilecto se convirtió en el hijo díscolo del que ninguna madre se sentiría orgullosa.
Imagino en mi imaginación de niño que no estará muy contenta por cómo talamos sus bosques y selvas, ese laboratorio donde ella genera el oxígeno que respiramos, por cómo esquilmamos sus mares en un trueque de peces por plástico, por cómo la obligamos a tragar residuos que tarda miles de años en digerir, imagino que no esté contenta al ver cómo arrancamos las entrañas a su padre, el Planeta, entregándoselas después a Ella en forma de vertidos y gases dañinos para su salud.
De momento nos ha encerrado en nuestras casas sin recreo para poder tomarse un respiro.
La historia del ser humano es una carrera apasionante y la vida de cada uno en particular es solo un paseo.
Todos queremos completar el paseo, pero imagino que es Ella la que decide si nos deja hacer el recorrido completo o nos envía a esa mujer que viste de negro, esa que algunos nos hemos cruzado alguna vez y la hemos mirado a los ojos adivinando que nos espera aunque de momento nos deja seguir paseando.
La naturaleza y su padre, al contrario que nosotros, son inmortales y es verdad que nunca podremos acabar con ellos, aunque sí que les estamos dando mala vida.
Imagino y vuelvo a imaginar que el ser humano es capaz de ir sustituyendo poco a poco todas las prácticas dañinas para Ella por otras completamente inocuas, por nuestro propio bien y no vaya a ser que se enfade de verdad y suspenda la carrera.
Yo, como quiero aportar mi granito de arena, en vez de usar la desbrozadora utilizo la guadaña.
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