Amor gatuno
Por dormir veinte horas carecía de existencias para llegar a mediodía sin sufrir inanición; enfiló la Avenida Constitución dispuesto a todo para subsistir en aquella jungla que sabía bien que no estaba el gato en peligro de extinción, por lo que no preocupaba a su conciencia si finaba el animal por mucha hambre o por mucha edad. Sintió temor por primera vez en sus siete vidas, no sabía muy bien a qué, pero era probable que fuera a morir al no ver a nadie en antiguo bar “Coyote hasta el final”, ahora “Recoyote hasta el final”, lo cual presagiaba tormenta en el país de la caña y la tapa patrimonio nacional; vigilante llegó a donde sí había personal, unos de blanco, otros de verde, todos en acción; se tumbó a la puerta panza arriba buscando piedad pero un camarero de verde lo cogió en volandas y, en vez de comer, le puso un palo en el trasero aduciendo posible exceso de temperatura y posible contagio animal, miró ofendido a su agresor pues no tenía costumbre de ser tratado, sino con ternura y dedicación, y procedía a rasguñar y escapar el gato traidor, por haberse experimentado con él en pro del bienestar nacional, cuando alguien habló de COVID-19; ¿quién sería COVID-19?, era la primera vez que oía de él en la ciudad.
Regresó dolorido, hambriento y preocupado por aquel animal que sus amos preferían estar cuarenta días sin salir de casa con tal de no cogerlo, por su culpa nos acarician con guantes y mascarilla, ponen el brazo delante para no vernos y nos quieren cuarenta días fuera de circulación. Ellos verán, pero..., ¿cómo sobreviviré cuarenta días sin ellos? Mañana volveré a ver cómo van.
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