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El minuto más largo

13 de Abril del 2020 - Luis Fumanal Fernández (Oviedo)

Ayer viví una experiencia muy especial. Fui testigo del calor solidario de una ciudad. Viví “el minuto” extendido en 2 kilómetros. Un minuto largo, pleno de calor humano.

A las 19.57 horas salía de la rotonda del HUCA camino de mi casa. Según conducía empecé a ver gente que salía a los balcones y se asomaba a las ventanas. Cuando pasaba el Carrefour una mujer mayor con un forro polar rosa vio de dónde venía y me saludo con la mano, le respondí con un pestañeo de las luces. No había tráfico en la autopista, así que enseguida llegue a la entrada de la ciudad. La gente seguía saliendo a balcones y ventanas, pero esta vez aplaudían a derecha e izquierda según pasaba, despacio, no tenía prisa. Estaba siendo testigo en toda su extensión de lo que durante 22 días venía haciendo en mi calle desde mi balcón, con mi familia, junto a mis vecinos, sin estar demasiado seguro de que no se quedaba allí, de que seguía más allá, y quería comprobarlo a lo largo de mi ruta.

Y allí estaban ellos: mujeres en bata y niños en albornoz, hombres de toda edad sin afeitar, desde el kilómetro cero y siguiendo metro a metro, de pie, y aplaudiendo fuerte, con ganas y sin parar, mientras de fondo sonaban canciones de pinchadiscos espontáneos: el “Dúo Dinámico”, el Himno de Asturias, “I Will Survive”, o el claro sonido de un gaitero solitario.

Entré en la calle Uría, rodeé el Campo de San Francisco parando en los semáforos y mirando las ventanas: seguían los aplausos, en la plaza de América los vecinos se miraban unos a otros saludándose y sonriéndose, como dándose ánimo.

La ciudad era un clamor.

Al entrar en Silla del Rey, los sesenta segundos ya habían pasado más que de largo, los aplausos y la música seguían, pero se iban apagando y la gente fue despidiéndose hasta el día siguiente. Cuando llegue a mi portal, ya solo oía el cerrar de las ventanas.

Fue un minuto largo (casi más de cuatro), auténtico, cálido, reconfortante.

Vi banderas de todo tipo: de España, de Asturias, gay, republicana, del Real Oviedo, del Partido Comunista, una de Castilla, y otra de Santander, pero, sobre todo, vi montones y montones de arco iris dibujados por niños pegados en las ventanas y en las barandillas de los balcones.

Y recordé una frase oída en la película “La fortaleza”: “Elementos de una fortaleza: uno, posición; dos, defensas; tres, defensores, cuatro, bandera. Se les dice a los defensores: esta es nuestra bandera y nadie puede apoderarse de ella, después se coloca donde todo el mundo pueda verla. Ahora ya tenéis una fortaleza”.

Cada hogar es una fortaleza: los balcones y ventanas: su posición; la determinación de sus de sus moradores: sus defensas; su bandera: el arco iris de la Esperanza, que nada ni nadie nos debe arrebatar, esperanza por la que cada día, a las ocho, en el minuto más largo, dejamos lo que estamos haciendo y salimos a aplaudir para animar, apoyar, reconfortar, dar coraje.

A los enfermos, aislados y solos cuarenta días, a sus familiares, y amigos que no los pueden ver y acompañar.

A los de los fallecidos, porque no les pudieron confortar y despedirse de ellos, porque sienten que los suyos no merecían irse así, porque no han tenido la presencia ni el calor de los que les podían consolar.

A los que están en la brecha, médicos, enfermeros, celadores, ambulancias, urgencias, personal de limpieza, Policía, personal de supermercados, transportistas, tiendas, farmacias... a todos los que están ahí fuera asumiendo riesgos.

A los que desde casa siguen trabajando para que esto funcione, profesores para que sus alumnos no pierdan nivel, funcionarios para que la Administración no se pare, deportistas que no renuncian a dar medallas a su país y tantos otros…

Pero, además, también nos animamos, a nosotros, a seguir encerrados, a esperar, a no angustiarnos demasiado, a aguantar, que como reza en un anillo: “También esto pasará”.

No lo dudéis, es verdad, el calor llega, el apoyo se siente, el coraje nos alcanza, el aplauso se oye.

Nadie me puede decir que no es cierto, yo he visto a mi ciudad aplaudir.

Dije al principio que salía del HUCA.

Me habían avisado desde allí para que le llevara a un amigo ingresado por las quemaduras de un accidente doméstico (siguen ocurriendo, tened cuidado) un teléfono con que comunicarse, unas gafas y alguna otra cosa.

Los recogieron unos auxiliares de planta, con muestras de afecto me dijeron que mi amigo se encontraba bien y que enseguida se las subirían, pero ahora salían un minuto a aplaudir.

A aplaudir, también ellos.

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