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El olor a pólvora

26 de Mayo del 2010 - Diego Cózar Rodíguez (Cangas del Narcea)

Recuerdo vivamente el dieciséis de julio del año pasado. Final y principio del año para muchos de nosotros, al menos para muchos cangueses, para los que contamos un año de día del Carmen a día del Carmen, para los que la nochevieja sólo es una fiesta intermedia, un rito de paso extraño.

Nuestro ciclo es diferente, recuerdo vivamente el pasado año y los anteriores, espero ilusionado los próximos y apenas contengo la emoción por el inminente. Y eso que no soy de esos que cuentan los días que faltan que conozco a unos cuantos -no, soy de los que prefieren no pensarlo demasiado, no vale desbordar con expectativas un día tan señalado, el propio día proveerá más allá de toda expectativa, eso es lo bueno de el Carmen. Esa fecha tan señalada y tan próxima, que no es que yo sea un hombre muy pío pero todo se mezcla en estas fiestas patronales, adoración a las vírgenes del Carmen y la Magdalena, a la pólvora, al ruido y a la luz, a los buenos amigos y a la buena mesa, al bollu y al vino, a las charangas, las pegatinas, las caipirinhas y las compuestas, a la movida y a las canguesinas sobre todas las cosas.

A aquellos que lo entienden, a los que lo han vivido, no les extrañará que se me pongan los pelos cómo escarpias cuando recuerdo el pasado dieciséis de julio, a sus ocho de la tarde en la cuesta de el Cascarín, el olor de las mechas encendidas, las docenas de voladores apoyadas en la cuneta, el frenético tañido de las campanas, la tensión y los nervios en la cara y en las manos de los tiradores y de los apurridores. Alguien comenta -Que nun se manque naide- la camisa granate de la peña Sarmiento más que una peña un sentimiento- es de las que inspira confianza, que no es que el Cascarín sea el mejor sitio de Cangas para tirar, pero de tirar mejor tirar con los mejores, en espera de que nos rediman por las imprudencias ajenas y nos dejen volver a nuestro sitio sobre la piscina municipal.

El primer disparo llena el aire con su estruendo a la vez que te vacía las venas, por un instante el corazón parece detenerse, ahora sí, Que nun se manque naide. Empieza la Descarga de Cangas del Narcea, el temblor de las manos desaparece junto con la sensación de asfixia en la boca del estómago, todo se va con los primeros voladores, con la acompasada coreografía de los tiradores y los apurridores, con los gestos mecánicos que colocan un volador en la mano, que estiran un brazo con la carga y arriman la mecha con el otro, que llevan a dejar salir el volador que no a soltarlo, a darse la vuelta y a repetir cuantas veces sea necesario, volador tras volador, docena tras docena y año tras año. Es la Descarga, no hay que buscarle más lógica, porque las cosas verdaderamente grandes no la necesitan y la Descarga es grande entre las grandes cosas de la vida.

Olor a pólvora, chispas en el aire, el cielo en llamas. Trescientos tiradores repartidos por toda la villa unidos con un único e irracional propósito, lanzar el mayor número posible de voladores, cómo lo hacían sus padres, cómo lleva haciéndose cada año en la villa desde hace más de un siglo. El ensordecedor rugido de las miles de cargas explotando lo inunda todo, se extiende por el valle, retumba contra paredes y cristales desbordándolo todo, se extiende, se escucha en Allande, en Tineo, hasta en Grado. Es la fiesta de Cangas del Narcea y siempre hemos sido amigos de hacernos notar allí por dónde pasemos, más aún en nuestra casa, de modo especial en nuestro día.

Arrancan las maquinas, deben hacerlo antes de que los tiradores más rápidos terminen sus docenas, antes de que el estruendo pierda un ápice de su intensidad. En estas, un trozo de carcasa me cae en la cabeza, es un dolor agudo, penetrante, sigo tirando voladores, no tiene sentido parar a buscar explicaciones porque cómo yo seguimos todos. Se van terminando las cargas, tiradores y apurridores se lanzan a carreras Cascarín abajo, hacia Ambasaguas, a contemplar la apoteosis final en primera línea.

Un desconcertado bombero se refugia bajo el tejadillo de una casa, las maquinas escupen sin cesar las cargas tras sus lenguas de fuego. El escepticismo de los extraños sucumbe a la incredulidad y a la admiración, a veces al pánico, minuto a minuto, esos minutos largos cómo días de la Descarga. La intensidad del ruido sigue aumentando, los estallidos inundan la vista y el oído, el humo la nariz y la boca. El estruendo alcanza sus cotas más altas, al límite de lo permisible, entonces, sólo entonces, a través de los instantes de tensión máxima llega el segundo de calma previo al atronador colofón. Ese segundo que ocupa los instantes que tardan los enormes barrenos que marcan el final de la descarga en ocupar su lugar en el cielo, en liberar su carga con rabia, con furia. En liberar toda la tensión contenida, toda la presión sufrida, en gritarle con su portentoso rugido a todos los presentes y a todo el mundo que todo ha terminado. Júbilo, emoción, éxtasis. La Descarga se ha acabado, otro año ha pasado en Cangas y allí ya estamos esperando al siguiente.

Termina la tormenta y llega la calma, la muchedumbre se disuelve, se diluye. Todos se ponen a sus quehaceres, cenas, vermouth, caipirinhas. Mi padre cómo cada año se marcha a tomar algo con los de la peña y a reunirse con mi madre. Yo sólo quiero ir a buscar a mi chica y decirle que estoy bien, preguntarle qué le ha parecido, darle un gran beso, un fuerte abrazo, calmar el pulso, relajarme, tomar algo y esperar a la Descarga del año que viene.

Tal vez ahora comprendan un poco mejor porque me cuesta esperar a la próxima Descarga, porque siempre hablamos de ello, porque nos sentimos tan orgullosos de algo tan difícil de explicar. Bien, puede que muchos sigan sin entenderlo, pero seguro que ahora entienden porqué tomarnos unas uvas al son de una campana no nos resulta muy estimulante.

Más en: http://diegocozar.wordpress.com/

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