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Más sobre el morbo de Wuhan

12 de Abril del 2020 - Antonio Parra Galindo (Cudillero)

La peste pequinesa no se parece a ninguna otra pandemia por lo abrumadora y extensiva.

“A pestilentia fame et bello libera nos, Domine” canta la Iglesia católica en sus letanías. Los padres de la Iglesia (lamento estar en desacuerdo con el presidente de los obispos españoles, Msr. Omella) consideraban las plagas que aquejan a la humanidad de tarde en tarde una derivada de la depravación de costumbres, “a spiritu fornicationis libera nos Domine”.

Ahora la condonación de la homosexualidad y el libertinaje que los satanistas consideran formar parte de los derechos humanos contra toda moral, al igual que el feminismo violento y torcaz que va contra las reglas de la naturaleza, tan aguerrido como el de nuestra ministra de la Igualdad, junto con el egoísmo, las guerras, la destrucción de las familias y de los hogares y el sálvese quien pueda, son un cúmulo de factores que hacen pensar en la cólera divina.

Había un cartel en el distrito rojo de Madrid que ponía “Ya no es pecado”. Se jaleaban las meretrices ante su clientela.

Dios no quiere la destrucción del pecador, sino su salvación, pero el impío es víctima de su propia iniquidad.

La peste, el hambre y la guerra siempre estuvieron con nosotros, pero esta endemia presenta unas características diferentes a otros flagelos que asolaron a la humanidad. Se ha difundido por el globo terráqueo con la celeridad del rayo.

El vibrión colérico originado en la India tardó más de un año en llegar a Europa. La fiebre amarilla se localizaba en lugares determinados y no pasaba las montañas. La gripe asiática no era tan virulenta.

En 1834 el cólera mermó la población de Madrid. Cundió el pánico, siempre hay que buscar un culpable, un chivo expiatorio, se culpó a los frailes de envenenar las aguas todas; los conventos fueron quemados y muchos religiosos perecieron a mano airada.

En situaciones tan dramáticas dicen los epidemiólogos que suelen darse cuatro constantes:

1- Para no contaminarse la gente trata de huir al campo desde las poblaciones contagiadas.

2.- Desesperación y pánico por miedo a la muerte súbita entre estertores, que se materializa en el consumo del alcohol y agarrar la vida en sus últimos placeres (comamos y bebamos que mañana moriremos), se desparrama la violencia, se produce una ola de asesinatos.

Y la inmoralidad.

La prostitución aumentó en las calles de Venecia cuando la Ciudad de los Canales fue atacada por el cólera de 1911.

3.- Para contraste, aumenta el fervor religioso, las iglesias se llenan, se ordenan vía crucis, rosarios, horas santas y rogativas para aplacar las iras del Altísimo.

4.- Tiene que haber un culpable: los genoveses, los judíos, etc.; ahora parece haberles tocado la china a los chinos.

¿Será el “Corona Virus” una manifestación de la cólera de Dios?

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