Mi paseo diario
Bueno, como ya está anocheciendo este lunes lunero, os voy a contar lo de mi paseo diario.
Salí, por la puerta de atrás, claro, la puerta que me lleva a esa playa del atardecer perpetuo, y me puse a caminar. Lo de nadar tuve que dejarlo desde que me operaron porque era meterme en el mar o en el río y venga a entrar agua a escape libre por el agujero del pescuezo, el cual no puedo cerrar porque en los otorrinos la fontanería está en fase experimental, por lo que era un ahogarse continuo, así que lo dejé.
Cuando llevaba unos metros de caminata me encontré con una señora con cara de antigua, sí, no sé cómo deciros, de película de los cuarenta o cincuenta, impecable de maquillaje católico y porte de guapa decente. Como andamos de virus llevaba una mascarilla, curiosamente color caqui, muy marcial e impecable de uniforme, con una bandera de España muy lustrosa. No sé muy bien a qué venía la bandera, igual es que con la pandemia se nos olvida a la mayoría dónde vivimos, no sé, cosas de señoras antiguas.
El caso es que se paró delante de mí, eso sí, a dos metros, se bajó el embozo hispánico y empezó a hablar. Madre del amor hermoso, qué tía, la antigua, qué forma de soltar mierda por esa boca con carmín de marca. Que si los chinos, que si los socialcomunistas matando a los viejos, que todo era una purga estalinista y la de mi madre. Le dije: "Señora, a mí qué me cuenta, que yo estoy en cuarentena y para un rato que me evado me va usted a joder el día". El caso es que seguí mi camino pero todavía pude escucharla mascullar: "Antiespañol, rojo, mal policía, vergüenza te tenía que dar", y otras lindezas de esas que sueltan las señoras antiguas cuando les sale la vena patriótica.
Intentaba yo recomponerme cuando vi a lo lejos a otro que está en boca de todos todos los putos días del confinamiento este de los huevos. Un señor de pelo blanco, con pinta de gallego. Venía dando mascarillas, maquinaria para el cáncer, respiradores, y todo tipo de cosas para los enfermos, rodeado de gente alabándolo como si fuera el Mesías entrando en Jerusalén el Domingo de Ramos. La verdad es que a pocos metros había otro grupo, no menos numeroso, que le increpaba: "Paga impuestos y deja de dar limosnas", "hipócrita" y otras lindezas por el estilo. El caso es que ambos grupos se liaban a hostias entre ellos a cada poco y parecía aquello Bristol cuando Quadrophenia.
La verdad es que me enteré de poco ya porque me cansa mucho ese señor y todo lo demás, pero se oía que si un ERTE, sinvergüenza, que si ya no lo declaro alabado, que si gracias a los sindicatos y a la clase obrera, y todo así.
Seguí caminando y me encontré a un señor muy serio pero amable y educado que me sonaba de cuando aquel picoleto entró en el Congreso pistola en mano, cuando yo tenía 17 añitos, que me contó que se iba pero que nada que ver con el coronavirus. Me despedí educado, porque a mí la gente que hizo historia siempre me mereció cierto respeto.
Menos respeto me merecía el que me encontré después, que también me dijo que se iba y a causa de la pandemia. Ese hombre fue jefe mío y gestionó mi empresa como eso, como una empresa, pero parece que hubo otras cosas por ahí que no vienen al caso sacar ahora que no va a poder acudir a las citaciones pendientes. El caso es que le dije adiós pero con menos complacencia porque no la necesitaba, era del Opus y esos lo suelen tener todo resuelto.
Total, que sale uno buscando tranquilidad y miren ustedes qué papelones que se topa. Me volví a casa de uno como en ningún sitio y me abrí una cerveza que me supo a chiringuito.
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