Cuando pase la guerra
Cuando pase la guerra no me avergonzaré de haber pasado miedo, de haberme sentido vulnerable y de percibirme, a mí y a los demás, débiles frente a lo desconocido.
Cuando pase la guerra seré más yo, más fuerte, porque conoceré más y mejor mis debilidades y más si cabe... mis fortalezas.
Cuando pase la guerra habré estado más en contacto conmigo mismo, pero sin dejar de anhelar y valorar todo lo que me aportaban los demás y lo imprescindible de su presencia en mi vida, y espero que viceversa.
Cuando pase la guerra quiero ser feliz y ayudar a que lo sean los demás, exponencialmente hablando: el mayor tiempo y con la máxima intensidad posible. Para eso debo priorizar, primero yo. Difícilmente encontraré el equilibrio y lograré el primer objetivo, si no sigo ese orden.
Cuando pase la guerra quiero saber rescatar, desempolvar, discernir y clasificar aquellas verdades de la propia batalla sobre aquello que aportaba significación en mi vida, me hacía mejor humano y me ayudaba a sonreír, y, claro, aquello que no.
Cuando pase todo esto quiero saber frenar y minimizar la pandemia de dejarme llevar, aquel virus que en mayor o menor medida me infectó de exigencias, egos, competencias y hasta odios inútiles, y me anuló las emociones hasta que ya ni remotamente me reconocía. De la misma manera, confío y espero que los demás sepan hacer lo mismo y que aprendamos a convivir respetando todos los pensamientos e ideologías, convirtiéndonos en un país, estado o lugar plural donde nuestro lema sea la libertad de pensar y creer en aquello con lo que cada persona se identifique. Convivir es igual a respetar y entender al otro... mucho más de lo que uno esperaba hacerlo.
Cuando acabe la guerra quiero haber aprendido de ella, de lo que nos dio (los que seguimos y aprendimos la lección), y de los que nos quitó (los que ya no están y que tanto nos dieron y enseñaron), pero sobre todo quiero aprender de los que vendrán (aquellos/as que apenas lo recordarán o que lo leerán en libros de texto), porque de ellos, y de cada uno de nosotros, nacerá una idea de sociedad diferente, en la que todos sabremos que ya no hay nada eterno, ni nada enteramente nuestro y que nada merecerá la pena sin amor. Que respetará las diferencias, tolerará y cuidará a los demás y a la naturaleza en la que vivimos (que nunca nos perteneció), que sabrá que la vida no es nada sin ideales y valores, sin dignidad y sin compromiso... que nos impulsará a abrazar, sin trampas ni condiciones, la fe hacia los otros como única religión de futuro... porque sin los otros no somos nada, o nada que valga la pena. Porque sin los otros no habrá futuro que valga...
Cuando termine esta maldita guerra la miraré a los ojos fijamente, lloraré y terminaré por darle las gracias. Gracias porque nos obligó a parar para ser conscientes de lo que fuimos, somos, seremos, y porque nos obligó a cambiar para empezar a vivir de verdad.
Cuando acabe esta, empezará otra. Otra mucho más dura y terrible, que libraremos cada uno de nosotros. Otra que estallará en cada mente y corazón vivo, encendiendo todas nuestras alarmas. Otra que nos pondrá en jaque frente a la eterna pregunta: ¿queremos seguir viviendo como lo hemos hecho hasta ahora o queremos cambiar? Otra que nos hará reinventarnos hacia algo mejor, hacia algo mucho mejor...
Y esa otra guerra es la que de verdad importa, porque esta, la de ahora, aunque nos duela, ya la hemos ganado sobreviviendo. Pero de la otra dependerá nuestro futuro, el de la humanidad por lograr la sociedad que debemos y nos merecemos ser.
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