El momento en el que se perdió la libertad
Sé que hoy en día existen una infinidad de temas sobre los que hablar, pero, si os soy sincera, me es inevitable hacerlo sobre el problema que ha hecho que, hoy, yo esté escribiendo esta carta: la pandemia mundial provocada por el COVID-19. Siempre creí que mi vida era tan simple como la de cualquier estudiante, en la que por algún golpe de suerte se me permite vivir situaciones fuera de lo normal pero que claramente no son equiparables con la que se me venía encima este mes. Soy una persona que le tiene mucho respeto a los problemas, y siempre, por muy mínimo que sea, para mí acaba siendo algo tan importante que no puedo entender cómo las personas lo dejan pasar sin darle una pizca de importancia. Por supuesto, en relación con este grave problema me ocurre lo mismo; además es, de verdad, algo que me ha hecho preocuparme mucho por la sociedad. He llegado a la conclusión de que hemos tenido que ver con nuestros propios ojos y escuchar noticias que digan que cientos, miles de personas han muerto por este virus para que seamos conscientes realmente de lo que está pasando; me he dado cuenta de la gran falta de compromiso con ellos mismos que tienen las personas; he llegado a ver tales cosas este mes que me han dejado fascinada por cómo pueden llegar a ser las personas, poder contagiar a toda tu familia y, en alguno de los casos, que alguno fallezca solamente porque para ti ya es necesario, a pesar de encontrarnos en esta situación tan grave, el quedar con tus amigos una tarde o el ir a tomar el café a una terraza. Porque sí, esa es la excusa que dan todas esas personas incapaces de tener dos dedos de frente, sacar su lado más reflexivo y pensar: es mejor quedarse en casa. Por supuesto, estoy intentando ayudar en muchas cosas para luchar contra el virus; además, estoy muy concienciada, ya que gran parte de mi familia trabaja en el ámbito de la sanidad y están poniendo su granito de arena en este gran problema, algo de lo que estoy muy orgullosa. Y, finalmente, todo esto lo digo yo, una niña de 15 años que vive toda esta situación desde su casita adentrada en el campo, apartada del núcleo de este problema y que sueña con que, cuando acabe esto, las personas estén concienciadas y sepan que, cuando menos te lo esperas, algo puede arrasar con una de las cosas que más valor tiene en esta vida, la libertad.
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