Escenas de una guerra química
Que venga un Severo Ocho, un Pastur, un Koch y todos esos clínicos que a la cabecera de los dolientes se dejan la piel en lucha contra la muerte. Que se vayan los culiparlantes, opinadores y opinadoras. También sobran políticos.
Las miasmas, los bacilos, los vibriones catastrofales, se esparcen con la celeridad de la centella por hospitales y asilos provocando cuarentena. El morbo pequinés confunde a los terapeutas por ser de padre desconocido, pero no puede haber surgido por generación espontánea, como se creía en el Medievo sobre ciertas miasmas generadores de los renacuajos. Aquí pasa algo raro, mientras unos se arrogan la idea de que la bacteria es consecuencia del cambio climático y de la ingesta de la carne de ciertos animales otros se refugian tras la mascarilla de la conspiración con el COVID-19 como fórmula de exterminio para acabar con los excedentes de población, acabar con los viejos. Nosotros no sabemos a qué carta quedarnos, aunque no pocos dardos apuntan hacia China como sospechosa de la culpabilidad aduciendo un dato. En su inmenso territorio el germen mortífero solo arrasó una provincia, Wuhan.
A despecho de teorías tan terribles que nos acercan al fin del mundo (tal vez hayamos acabado una era, otra comienza), mi fe cristiana, obligándome a rechazar esas suposiciones, me hace pensar que lo que la humanidad necesita, en vez de malos políticos y periodistas carroñeros y alarmistas, son científicos de la talla de Severo Ochoa, Luis Pasteur o el Dr. Koch.
En España desde muy atrás contamos con una clase médica de primera categoría en el mundo.
Yo diría que España dio a luz a los mejores clínicos y farmacéuticos del mundo y es esa clase médica la que, luchando a brazo partido con la pandemia, arriesgando su vida muchos, derrotará al microbio asesino que no da la cara, cuya acción invisible, pero que cuando golpea es contundente, presentando batalla a los bactericidas.
Ni el carbunco, ni el bubón, ni el vibrión colérico, ni la viruela, la poliomielitis, el escorbuto, el dengue o la gripe, fueron tan pestíferos como el COVID-19, que por las trazas al que más se parece es al "cólico miserere".
Su derrota representa todo un reto para la ciencia de la lemología.
La química, microscopio y matraces en ristre, busca profilaxis para esta endemia que nos ataca con una virulencia desconocida.
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