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Reflexiones de una educadora

30 de Abril del 2020 - Aida Rodríguez Sánchez (Arriondas)

Para aquellos jóvenes que tienen la intención de comenzar los estudios de Educación Social con el objetivo de trabajar en un centro de menores, me gustaría, siempre desde mi experiencia, trasladarles unas reflexiones.

Ante todo y como punto de partida, he de decir que es un trabajo tremendamente vocacional por lo que mi primer consejo es abstenerse todo aquel que busque única y exclusivamente una salida profesional.

En la formación de los educadores lo que realmente enseña son esas experiencias diarias, unas experiencias duras, diversas y cambiantes a las que se hay que enfrentar; que te ponen, constantemente, a prueba, y en las que, al final, lo que más cuenta es el talante personal del educador y su vocación por este trabajo. La empatía y la escucha activa deben ser sus herramientas esenciales, es por ello que su recurso más útil es algo intrínseco a su propia personalidad, es él mismo.

Los educadores de los centros de menores trabajamos con un colectivo muy vulnerable y no podemos permitirnos ciertas licencias. No debemos centrarnos en prácticas meramente asistencialistas, no podemos solucionar todo con meras recomendaciones, no podemos ir a los centros a descargar nuestra pequeñez y nuestras frustraciones vitales sobre aquellos a los que debemos proteger, no tenemos derecho a desquiciarlos con nimiedades... El aislamiento, la amenaza, el grito, el insulto... nunca, nunca pueden formar parte de nuestras herramientas.

La falta o escasez de recursos, materiales y personales es algo, que, lógicamente, afecta de manera directa a las tareas y funciones propias del educador, y debe ser denunciado. Pero esa situación, esas carencias que se pueden dar en determinadas circunstancias puntuales, deben ser suplidas con dedicación e ilusión. Los recursos que aporta y debe aportar la Administración son esenciales pero también lo es la implicación de los que trabajamos cada día con los menores.

No podemos, como si de caprichosos niños grandes se tratara, estar constantemente protestando y criticando. Quien hace de eso su modo de vida y su manera de trabajar es, normalmente, el más débil y el más limitado, aquel que cuando se equivoca o no es capaz de realizar lo que entra dentro de sus competencias, le echa la culpa a "mamá Administración" que no le proporciona suficientes instrumentos o medios. Yo, por suerte, no me he encontrado con compañeros educadores así, no obstante, si alguno se da por aludido y teniendo en cuenta aquello de que "el que se pica ajos mastica", creo, es mi humilde opinión, que se ha equivocado de profesión.

La crítica destructiva nunca puede ser sinónimo de cooperación, y hay fines y objetivos que sólo se consiguen cooperando, con los demás compañeros educadores, con las direcciones de los centros y con la Administración que los sustenta. Lo contrario, y ojo con esto, es dar razones y argumentos a quienes defienden que la mejor gestión es la privada, algo que en absoluto comparto.

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