Adiós al paraíso
Hace un tiempo que mi familia, huyendo de la explotación inmobiliaria y la contaminación de las ciudades, tuvo la increíble suerte de encontrar el sitio ideal para vivir, un precioso valle asturiano, rodeado de bosques y riachuelos, un pueblecito idílico lleno de niños, de vacas y de paz.
Todos los días, al volver a casa, y como si de un ritual se tratase, mis hijos y yo gritamos a coro: "Llegamos a Traspando, llegamos al paraíso".
La semana pasada el presidente de nuestra comunidad autónoma nos anunciaba que, después de mil y una protestas de los vecinos, la línea de alta tensión Soto-Penagos cruzará muy pronto nuestro pequeño pueblo, sacrificando con ello la salud de nuestros hijos, la belleza de nuestro paisaje y todos nuestros sueños.
Exigencias del progreso, argumenta el señor Areces, que debe seguir su camino, aunque sea a costa de pisotear al débil y contaminar los escasos reductos verdes que aún nos quedan. Pero mis niños no entienden nada. A ellos les suena a chino eso de los excedentes de energía y la inversión multimillonaria.
Sólo saben que ese señor gordito que sale por la tele les ha robado su paraíso.
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