Hay que sacar conclusiones
Existe una percepción generalizada, sea el país o la sociedad que sea, de que la forma en que se está afrontando la COVID-19 es claramente mejorable, resulta difícil asumir los miles de fallecimientos que están ocurriendo, y España no es una excepción. El apelar a la novedad, por otro lado relativa de esta pandemia, no es ningún consuelo ante tanta muerte. Dos elementos claros son el denominador común en las críticas, insisto, en todos los países. El primero, la rapidez con que se ha propagado el virus. El segundo, el estrés y el colapso en la sanidad. Refiriéndome al caso español: en el primero de los elementos, se ha mostrado una lamentable falta de previsión, teniendo en cuenta que el peligro de propagación de una pandemia como esta figura en el Plan Estratégico de Seguridad Nacional español, no con la importancia necesaria, por lo que se ha visto. El segundo ha ocurrido lamentablemente y a pesar del comportamiento ejemplar del personal sanitario de la sanidad pública, esa que solo y exclusivamente persigue la salud de todos, por su falta de recursos, que fueron recortados en una estrategia que perseguía de manera descarada el fortalecimiento de la sanidad privada, esa que busca la salud de las personas pero ni de todas ni como objetivo principal, porque lo primero, aunque suene duro, es el beneficio de su cuenta de resultados.
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