El vermú
Me gustaría invitar a la reflexión acerca de la práctica que se ha puesto de moda a raíz del confinamiento, que es el vermú de los domingos.
En inicio me pareció una buena iniciativa salir a la ventana, al balcón o la terraza, aquellos privilegiados que tengan una, para tomar el aire, saludar a los vecinos y encontrar una cara amable al otro lado.
Siempre desde el respeto al prójimo, por supuesto.
Pero, desde mi humilde punto de vista, lo que empezó como una actividad para abstraernos un poco de la situación, se ha convertido en una auténtica verbena de prao, con música resonando y un cachondeo poco propio del momento que estamos viviendo.
No quiero con esto decir que tengamos que estar en nuestras casas flagelándonos ni castigándonos, pero sí me parece importante tener presente cuál es la realidad de quedarnos en casa, que no es otra que la emergencia sanitaria que vivimos, debido a la cantidad ingente de muertos que se está cobrando el COVID-19, para el que aún no hay vacuna conocida.
Quizá podríamos pensar que tal vez nuestro vecino ha podido perder a un familiar estos días, a un amigo, sin haber podido despedirse. Y no es un momento de fiesta.
Recordemos también a esa gente hospitalizada cuya familia no puede visitarla y apenas recibe noticias de la evolución de la afección.
Tal vez podamos intentar empatizar con los médicos, sanitarios, policías, militares, reponedores, repartidores, limpiadores y un largo etcétera que estos días no pueden quedarse en su casa “tranquilamente”, que probablemente hayan tenido que renunciar a ver a sus familias para no ponerlas en riesgo y darnos cuenta de que algunos habrán trabajado de noche y necesitarán el merecidísimo descanso para volver de nuevo a la “primera línea de fuego”.
O podemos pensar en nuestros mayores, aterrados en sus casas, sabiendo que esta pandemia se está ensañando con ellos, que, en caso de contagio, el riesgo de fallecimiento a su edad es mucho mayor.
Que esta Semana Santa para muchos fue la última, que les cuesta encontrar incluso el consuelo de la fe, puesto que hasta las misas han de ver por televisión.
A lo mejor podemos pensar un poco más en la realidad que estamos viviendo, para empatizar con todos ellos y hasta con nosotros mismos, que no estamos exentos de vernos afectados por el temido virus.
Y podríamos dedicar tiempo a eso que tanto miedo nos da, hablar con nosotros mismos, con nuestro yo interior y encontrar la paz que buscamos fuera, que no está sino en nuestro interior.
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