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Dolores o el pasado de una pasión

26 de Mayo del 2010 - Ramón Alonso Nieda (Arriondas)

También yo me emocioné al escuchar a Dolores Ibárruri, cuando hice visionar para mis alumnos, en la Cinemateca Real de Bruselas, Mourir à Madrid, de Rossif. En un discurso vibrante, con la palabra al rojo vivo, la Pasionaria despedía a las Brigadas Internacionales, de las que el gobierno de Negrín había decidido prescindir (Barcelona, 1938): -Volveréis cuando florezcan los olivos de la paz . Y un niño se arrancaba del público y saltaba al cuello de un veterano.

Corrían los años setenta y, para entonces, ya se sabía casi todo del paraíso soviético. Hacía tiempo que Jruschov leyera su Informe Secreto en el XX Congreso del PCUS y en el 74 Solzhenitzyn publicaba, en Occidente, Archipiélago Gulag: la patria universal del proletariado se revelaba como una inmensa cheka, con millones de seres humillados, torturados, asesinados. Pero la mayoría prefirió entonces seguir ignorando; recuerden la recepción reservada, en España, a Solzhenitsyn por la intelligentsia progresista: El Gulag era poco para un reaccionario como él. Había que lapidar al mensajero; no era cuestión de desmontar de la noche a la mañana un carrusel de ilusiones por un puñado de crueles verdades como puños.

Semprún publica en el 77 su Autobiografía de Federico Sánchez y, curiosamente, de aquella lectura solo me quedó, dormido en el fondo de la memoria, un fragmento que el autor daba entre paréntesis: -(y hoy, años más tarde, en esta noche de julio de París, yo, Juan-Lorenzo Larrea, de veintiséis años de edad, soltero y solitario, recorrido hasta el fin el camino de la desesperanza, andado ya el camino de la certidumbre cegadora del fracaso de la Revolución, hoy, huérfano ya de todos nuestros pequeños dioses tutelares que se volvieron ídolos sangrientos, cuánto desearía poder acercarme de nuevo a ti, Pasionaria, y preguntarte las verdades de tantos años de traicionada fe, de sumisión cadavérica a los imperativos categóricos y alienantes de una solidaridad que ya no es de clase, sino de clan; preguntarte las oscuras verdades que ni a ti misma te atreves a decir, pero que están forzosamente agazapadas en tu memoria, en el luto equívoco de una vida desarbolada, y que han hecho de ti el mascarón de proa de una nave fantasma, cargada de cadáveres de compañeros).

Treinta años después estamos asistiendo a una involución inesperada en el reconocimiento de la verdad; vuelve triunfalmente la feria de la propaganda sectaria con su carrusel de ilusiones y mentiras. Nos regresan a la épica. Se aplaza el tiempo de la historia: la guerra como el choque de dos lógicas de exterminio (Bennassar), O ellos o nosotros (Prieto); el espanto de la zona republicana frente al terror en la zona nacional (On fusille ici comme on déboise, Bernanos), tribunales populares/tribunales militares; y paseos a mansalva en las cunetas de la derecha y en las de la izquierda. ¡Olvídalo! La Guerra Civil fue una película de buenos y de malos. Las milicias del Frente Popular eran unas inofensivas cuadrillas de Boys Scouts que dedicaban el tiempo que les dejaba libre la defensa de la legalidad republicana, a completar sus herbarios y observar la lengua de las mariposas.

La derecha se tiene que defender, como del peor agravio, de que la identifiquen con el Movimiento Nacional, mientras que la izquierda encuentra su legitimidad autoidentificándose con las fuerzas del Frente Popular; aquellas precisamente que hicieron lo posible y lo imposible por hacer inviable la Segunda República. Martín Amis, cuando vino a presentar Koba el Temible, nos planteaba esta cuestión: -Cuando afortunadamente casi nadie en Europa se atreve a reivindicar un pasado nazi o fascista, ¿por qué hay tantos progresistas en España que hasta se inventan un pasado comunista?

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