Decisiones en medio de la tragedia
No deberían ser los médicos o epidemiólogos quienes tuvieran la decisión sobre qué hacer en estas circunstancias que vivimos con el coronavirus. Es evidente que son quienes más conocimiento y experiencia tienen sobre qué hacer para parar la epidemia de una enfermedad. Pero por la naturaleza humanitaria de su profesión sus decisiones están limitadas. Para un médico una vida es innegociable.
Son los estadistas quienes tienen que asumir esta tarea con la frialdad que exige esta responsabilidad, es el sacrificio que se les pide. Ser fríos y calculadores. Ajenos a los dramas diarios de servicios médicos sobrepasados y muertes de conciudadanos. No es el momento de presentarse a un concurso de popularidad. El buen líder aceptará el sacrificio de su imagen por el bien común.
Y aquí el estadista necesita información, y la más prioritaria es obtenerla en dos cuestiones, que, aunque parezcan la misma, son bien diferentes: cuánta gente puede morir por contraer el virus, cuánta gente puede morir por la epidemia del virus.
La primera han de contestarla los médicos o epidemiólogos. La segunda los economistas. Estos días se oye y se lee continuamente a los primeros, pero muy poco, yo diría que casi nada, a los segundos. Es más, hay cierta estigmatización a plantear estas cuestiones. Valentía es lo que pide el momento.
Cuando tengamos el dato, la aproximación, la estimación, habrá que tomar las decisiones oportunas intentando minimizar el número de muertos totales que resulten, midiendo los efectos de las acciones a corto plazo en el largo plazo. Teniendo en cuenta que una vida suma lo mismo en el primer mundo que en el tercero, en esto son tozudas las estadísticas. Y también que, en la justicia del cálculo, habría que hacer las oportunas correcciones en función de las esperanzas de vida de las posibles víctimas, no vayamos a estar midiendo de la misma forma vidas de ancianos europeos que de niños del tercer mundo.
Y ya con esa información nuestros estadistas, nuestros líderes, afrontarán tomar las decisiones más duras que hayan tenido que tomar nunca. Y veremos si están a la altura de la confianza depositada en ellos.
Esta es una opinión humilde, carente de carga ideológica y, créanme, con una intención puramente humanitaria.
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