Y de pronto: calabaza
Es normal y entendible que estés enfadada. Truman también se molestó.
Hace un tiempo, un hada madrina llamada Capitalismo cogió su varita mágica y te vistió de Inditex. Te explicó que no había un mundo, sino más, pero que tú, tú podías estar tranquila porque estabas en el primero.
Te llenó la cabeza con viajes, móviles caros, más viajes, ropa nueva cada poco, ¿he dicho viajes?, aguacates en el desayuno y, sí, aún más viajes. Pero tu sueldo, las horas extras que no te pagan y los trabajos en B, no te da para esa vida que anhelas. Aun así llamas al Cabify. La sensación de un chófer para ti hace que te creas importante por unos minutos. Y el agua, no nos olvidemos que dan agua.
Hay un poco de atasco, llueve, así que desde tu iPhone última generación por el que has pagado tu sueldo y casi medio de un mes escribes a tus followers para que te entretengan.
El día ha sido largo. Llegas a tu casa, que realmente no es tuya porque no te puedes permitir una hipoteca, con ganas de sentarte en el sofá y ponerte una película, pero no puedes. Has realquilado una habitación en Airbnb porque el iPhone te descuadró un poco lo de comer y la pareja alemana que se está quedando estos tres días está cenando en el salón. Aún te queda el plan infalible: manta, Netflix y algo de comer. Pero llueve y no tienes nada en la nevera así que llamas a Glovo. Que se moje otro, claro está.
Al día siguiente, te despiertas y no entiendes nada. Hablan algo de un virus “made in China”, “¡Anda, como casi todo lo que tengo en casa!”, exclamas aunque la cosa parezca seria. Te calmas porque recuerdas la historia que te contó aquel día el hada, esa que hablaba de varios mundos pero que tú, tú podías estar tranquila porque estabas en el primero. “Afiu”.
Pasan los días, las cosas se tornan grises. Te cancelan las reservas de la habitación que realquilabas, “mierda ¿y cómo voy a pagar el alquiler?”. Para colmo, te llama tu jefe y te dice que, con suerte, te vas al paro, pero que no sabe qué pasará de aquí a unos meses. Aún aturdida por la llamada, enciendes la tele. Te enteras de que tu sistema sanitario, uno de los mejores y más preparado del mundo, ha colapsado. Primera pandemia mundial de nuestra era y ni siquiera lo ha soportado. No entiendes nada.
De repente, la carroza en la que estabas viviendo se había convertido en calabaza. Tu mundo, el primero, parece no existir.
Piensas si aún puede haber algo que lo salve. “¡Ya está! ¿Y el zapato de cristal?”, revisas el correo: “Amazon efectuará su entrega en el día de mañana”. “Aún hay esperanza”, te dices.
Ya es por la mañana y suena el timbre. Alguien ha dejado tus zapatos de cristal en la puerta. Ni siquiera has visto quién ha sido, pero no importa. Entras en casa, abres el paquete y ves esos zapatos brillantes y relucientes. Los pruebas. “Oh”. Te das cuenta de que no te entran. Las compras por internet, ya sabes. Parece que sigues sin ser la princesa del cuento otro día más.
Pero aún hay una última oportunidad. Contactar con tu hada madrina. La llamas, pero no contesta. Unos minutos después te suena el móvil, es un mensaje, ¡es ella! “Sé fuerte”, te dice.
Te enfadas. Ahora sí que no entiendes cómo ha pasado todo esto y encima no puedes salir de casa por el virus, el puto virus... “Din don”. El timbre interrumpe tus pensamientos. El Glovo ha llegado.
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