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El Quijote, confinado

25 de Abril del 2020 - José Antonio Noval Cueto (Pola de Siero)

Siempre que llega el 23 de abril asumo la obligación de escribir unas letras, y eso que escribir siempre cuesta –un folio en blanco siempre genera nerviosismo por aquello del qué diré y cómo–, pero tal día como hoy, no sé si por la costumbre o por el respeto, esta obligación o deber impregnados de gratitud y asombro se hace más fácil. La pluma llena de imaginación y lecturas escribe sola, y es que uno ha llegado a la conclusión de que como mejor se glosa y alaba a Cervantes, en su día, cuando se cumplen cuatrocientos cuatro años de su fallecimiento, es leyendo y escribiendo, pues se trata nada más y nada menos que evocar, recordar y afianzar la obra del mejor escritor de habla hispana y uno de los mejores, si no el mejor del universo, y es que no se puede hablar de literatura y novela sin hablar de él, pero este 23 de abril del bisiesto 2020 tiene unas características muy peculiares y preocupantes. El libro no está en la calle, no se vende, ni tenderetes en las calles, y estas casi vacías, sin ruidos, silenciosas, con poca o ninguna actividad. Solo abren los servicios esenciales: alimentación, farmacia, banca, tabaco y prensa. Mi ciudad, el lugar donde vivo, Pola de Siero, en estos momentos parece una ciudad fantasma, de vez en cuando veo una mujer con su carrito de la compra, un vecino que pasea a su perro o el coche de la Policía que deambula por las calles. Y todo ello por culpa de un virus, invisible y devastador que siembra muerte y desolación, y que responde al sonoro nombre de “coronavirus”. Nuestra única e incierta solución es quedarse en casa, confinarse.

La situación es de extrema gravedad, pues lo números lo dicen todo –223 fallecidos en Asturias, 22.157 en España–, por muchos emplastes o componendas que nos pongan y vendan, pero aun así, tal día como hoy, quien les escribe no puede dejar de evocar a Cervantes y pedirle que su don Alonso Quijano tenga a bien escribirnos unas letras que nos consuelen, que nos amparen, que aunque impera ese dicho de que “una imagen vale más que mil palabras”, soy de los que cree que las cosas del alma, del espíritu, como mejor se exponen y explican es con palabras, ya que la lengua es sangre del espíritu. Y he aquí el mérito de Cervantes, que su mensaje es universal, de siempre, vale para todos y es una buena terapia para los tiempos que vivimos.

Hoy, como viene siendo habitual en mí, antes de escribir tome mi dosis de lectura y con más razón de Cervantes, que ha tenido a bien dejar que Alonso Quijano nos dé algunos consejos extraídos de sus vivencias, concretamente de los capítulos XXII y XXIII de la segunda parte del Quijote, cuando este (Alonso Quijano), después de las fraudulentas bodas de Camacho, pide a los triunfantes enamorados Basilio y Quiteria una guía que le permita llegar a la Cueva de Montesinos y conocer las lagunas de Ruidera, de lo que se encargará un estudiante humanista, que durante el trayecto se hace las siguientes preguntas: ¿quién fue el primero que tuvo catarro en el mundo?, ¿quién fue el primero que tomó las unciones para curarse del morbo gaélico?, ¿quién fue el primero que se rascó en la cabeza?... y que me dan pie a su vez para preguntarme: ¿cuándo volveremos a la normalidad?, ¿cuándo aparecerá la primera vacuna contra el “coronavirus”, ¿cómo un murciélago puede hacer tanto daño? Y otras muchas que cada uno quiera hacerse, pero lo cierto es que “pasado aquel día en pláticas, a la noche se albergaron a una pequeña aldea a no más de dos leguas de la cueva de Montesinos, adonde llegaron otro día a las dos de la tarde, después de comprarse cien brazas de soga”. En todo este tiempo don Alonso Quijano nos recordó que el mozo que busque esposa “mire más la fama que la hacienda”, y que “el mayor contrario que el amor tiene es el hambre y la continua necesidad”.

Ya en la cueva, “de boca espaciosa y ancha; pero llena de cambroneras y cabrahígos, de zarzas y malezas…”, don Quijote se ciñe los arneses de la época y bien cinchado, después de invocar a su Dulcinea, “se acercó a la cima… y viendo que no salían más cuervos ni otras aves nocturnas, como fueron murciélagos, que asimismo entre los cuervos salieron, dándole soga el primo y Sancho, se dejó caer al fondo de la caverna espantosa…”.

El confinamiento de don Quijote duró poco más de una hora y una vez en superficie contó que durante el mismo tuvo un sueño profundísimo, del que despertó en la “mitad del más bello, ameno y deleitoso prado que puede crear la Naturaleza, ni imaginar la más discreta imaginación… ofrecióseme luego a la vista un real y suntuoso palacio, cuyos muros y paredes parecían de transparente cristal…”, donde se encontró con el mismo Montesinos y a quién preguntó por Durandarte y la señora Belerma, su escudero Guadiana, la dueña Ruidera y sus siete hijas, todos ellos encantados por el sabio Merlín… y hasta con la misma Dulcinea revestida de necesidad, de ayuda… Sorprende que en tan poco tiempo tuviera capacidad para tanto sueño e incluso para recordarle a Sancho y a nosotros que “estamos todos obligados a tener respeto a los ancianos, aunque no sean caballeros”… y que “la necesidad –según Montesinos– adondequiera se usa, y por todo se extiende, y a todos alcanza, y aun a los encantadores no perdona”…

Nosotros llevamos cuarenta y un días confinados. Estamos tensos, apáticos y casi desesperados. Tenemos necesidad de cura en su sentido más amplio y esperamos que la imaginación y el trabajo de la Ciencia descubra el bálsamo de Fierabrás, que buena falta nos hace, y ya, por último, exigimos que no se conculque nunca la dignidad de los mayores –15.323 fallecidos en residencias de mayores por COVID-19– y que la bandera de la libertad impere en todos los corazones, pues como muy bien dijo Cervantes: “Es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos… por la libertad así como por la honra se puede y se debe aventurar la vida”.

P.D. Ruego encarecidamente que la libertad de expresión se ajuste a la verdad y no al servicio de intereses espúreos.

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