Gerontocidio programado
En España hay alrededor de nueve millones de mayores de 65 años (el 72% mujeres), de los cuales casi cinco millones viven solos, alojados en el rincón de los muebles viejos e inútiles, abrumados por una epidemia mortal que se llama COVID-19, acompañada de otra no menos destructiva, y en crecimiento, que se llama soledad, un monstruo con muchos tentáculos, asociado a una menor resistencia a infecciones, al aumento de enfermedades cardiovasculares, neurodegenerativas, obesidad, ansiedad, tristeza, melancolía, confinados en su “zulo”, privados de algo tan simple y necesario como salir a la calle a dar un paseo.
Vivimos una fase de mucha confusión e incertidumbre, y en estas ocasiones prima la gestión política, que es siempre la que pone orden en el caos, o lo multiplica. En este caso sucede lo segundo, ya que no es de recibo que de todos los afectados por el confinamiento tan solo los mayores, en una decisión humillante y traumática, deban seguir presos en sus “zulos”, mientras trabajadores esenciales, perros, niños y padres (por este orden) podrán salir a la calle.
¿Perros, sí, y ancianos, no? ¿Son menos nuestros ancianos? Una mayoría de personas mayores son pacientes pluripatológicos (colesterol, glucosa, hipertensión, pobre calidad de vida, discapacidad, hospitalizaciones), y necesitan moverse, andar, socializar...
Quizá la clase dirigente haya llegado a la conclusión de que nuestros mayores son una carga para nuestro Estado de bienestar, porque no producen, son egoístas, consumen recursos, monopolizan el sistema sanitario y, con sus abultadas pensiones, “roban” el futuro de los jóvenes.
Asombroso, injusto y triste epílogo a una vida llena de esfuerzo y sacrificio, soportes de familias, pilares de una nación, para, al final, sometidos por el confinamiento, la soledad, la inactividad, el aburrimiento, la ansiedad, la depresión, la demencia o el abandono, terminar en las garras de un virus selectivo, el COVID-19, que está arrasando con sus vidas.
Nuestro amado y diligente Gobierno dispone, por si fuera “necesario”, de una publicitada y poderosa jugadora a la que los modernos llaman eufemísticamente “Gestión de la Longevidad”, presta a entrar en juego, y que no es otra que la ley de Eutanasia. El Papa Francisco habla de la “cultura del descarte”, mientras Juan Pablo II hablaba de la “cultura de la muerte”. Exterminio, en román paladino.
Los holandeses, que son unos avanzados de nuestro tiempo en la aplicación de lo que Hitler denominó como “Plan de supresión de vidas carentes de valor”, tienen una pastilla de nombre Drión, para que mayores de 70, cansados de vivir (ya se encargan ellos de que se cansen), puedan suicidarse, si lo desean.
En paralelo, la cooperativa también holandesa, Última Voluntad (CLW, en neerlandés), entrega a sus miembros el Middel X, conocido como “eutanasia en polvo”, para permitirles poner fin a sus vidas cuando decidan. Si no lo hace Ud., lo haremos por Ud.
Respetables abuelos, si están pensando en alguna de estas alternativas, vayan al notario (ah, no, que no puede salir del “zulo”); bueno, llamen a un notario y hagan testamento a favor de nuestro amado Gobierno a cambio de un digno funeral. Alea jacta est.
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