Ejercicios de responsabilidad social en tiempos de pandemia
Este pasado domingo 26 de abril escribí la siguiente reflexión en mis redes sociales –cosa que no acostumbro a hacer, pero creí que la ocasión lo merecía–. Visto el buen recibimiento que tuvo y alentado por amigos y familiares, tomé la decisión de compartirlo con todos los asturianos:
En vista de lo acontecido hoy, con la decisión de nuestro Ejecutivo de permitir la salida de menores de 14 años acompañados de sus padres o adultos a su cargo, algunos (lamentablemente, muchos) no hacéis más que confirmar que vivimos en una sociedad profundamente individualista, egoísta y con una falta total de empatía. Me dirijo, sobre todo, a aquellos que sois padres, y que hoy sois protagonistas junto con vuestros hijos. Algunos sois un buen ejemplo y habéis entendido en qué consiste la decisión adoptada por el Gobierno: permisividad, siempre de la mano de la responsabilidad y de la verdadera necesidad, lo cual os honra. Me refiero al hecho de salir con vuestros hijos, pero siempre con prudencia y atendiendo a las indicaciones que nos han impuesto (e incluso obrando, preferiblemente, de forma aún más responsable que dichas indicaciones –de esto hablaré más adelante–) y a la verdadera finalidad de la medida. No obstante, y por desgracia, hay un gran sector de la sociedad que hoy ha demostrado no ser consecuente con la realidad de nuestro país, y de nuestro planeta en general.
El reto era y es complicado, y lo seguirá siendo. En plena era del individualismo en la que vivimos, todos nosotros, como sociedad global que somos, teníamos y tenemos que vencer una situación sin precedentes: erradicar una pandemia que ha asolado nuestro planeta sin entender de nacionalidades, razas, etnias o clases sociales. Carecíamos, y carecemos, de una solución antivírica o antiviral (como se prefiera) a día de hoy. Solo nos quedaba una cosa, el gran desempeño –eminentemente social y sanitario– de todos nosotros. Sobre todo, de los que estáis en primera línea de fuego, y desde vuestros diferentes campos habéis aportado vuestra plena dedicación y vuestra profesionalidad. Incluso vuestra amabilidad y calidad humana. Y también el del resto, de los que teníamos el deber de verlo desde nuestras casas, que no teníamos un deber mayor que ese y que hemos aguantado el temporal. Todos con nuestras dificultades laborales, económicas, de salud física y mental, o del tipo de sean. Pero no se nos pedía nada más que ser responsables. Parecía que habíamos comprendido la trascendencia de la realidad que vivimos, y parecía que sabíamos cómo debíamos actuar. Incluso empezábamos a crear un clima de cierta unión a través de múltiples iniciativas, lo cual resulta esperanzador y enriquecedor.
No obstante, creo que hoy hemos fracasado como sociedad. Soy consciente de que es injusto generalizar, y también de que siempre habrá excepciones y minorías que no actúen como deberían, es algo intrínseco al ser humano. También resulta injusto decir esto cuando muchos habéis cumplido rigurosamente con vuestro cometido, y cuando otros tantos habéis sacrificado vuestras vidas en favor de todos los demás en hospitales, residencias, farmacias, supermercados, y muchos otros lugares de batalla, por llamarlos de alguna manera. Habéis sido ejemplo para los demás, y mi verdadero aplauso –sin necesidad de batir palmas enérgicamente desde una ventana– va por todos vosotros.
Al frente de todo esto, hemos tenido un Gobierno que, con total probabilidad, ha cometido errores de planificación y de gestión. Algunos muy sonados e imperdonables, claro está. Soy el primero que disiente con muchas de las medidas que se han tomado para vencer este gran problema, incluso con esta última de dejar salir a los padres con sus hijos de la manera en la que lo han diseñado –aun así, creo que ya tendremos tiempo de exigir responsabilidades políticas, pero también creo que no es el momento–. No obstante, también tengo el deber de reconocer el voto de confianza que nuestros gobernantes han depositado en nosotros, como sociedad, para responder de forma cívica y teniendo siempre presente una conciencia social. Estas semanas, pero insisto, sobre todo hoy, teníamos una gran oportunidad para reconocer y devolver de alguna manera, en forma de ejercicio de responsabilidad social, el sacrificio que nuestros profesionales han hecho por nosotros. Era una gran ocasión para honrar a la enorme cantidad de víctimas que el coronavirus SARS-CoV-2 se ha cobrado, y a la que parecemos restar importancia y tratamos con cierta frivolidad como una mera cifra (por una vez que empezábamos a ser más humanos...). Y también, para demostrarle al Gobierno, a nosotros mismos y a los demás, que somos ciudadanos libres, responsables y autónomos, y que podemos obrar como tal (no solo vale con que apelemos constantemente a dicha condición, apoyándonos en nuestra constitución y en los derechos y deberes que esta nos otorga e impone), sin que un grupo de personas al mando dirijan nuestra forma de proceder y nos impongan cuándo se puede salir o no salir de nuestros hogares. Esto pone en seria duda nuestro compromiso social y, lo que es más preocupante, nuestra inteligencia: nos retiran la restricción de permanecer en nuestros hogares, y salimos automáticamente en manada a las calles como auténticos animales irracionales, valga la redundancia.
Por último, me gustaría resaltar dos cosas:
En primer lugar, expresar la profunda vergüenza ajena que siento mientras escribo esto desde mi casa y escucho música y aplausos que proceden del exterior, ensalzando y elevando la hipocresía a la máxima potencia: por la mañana algunos salís en manada a pasear con vuestros hijos y por la tarde dais cacerolazos al ritmo de “Resistiré” a modo de protesta y reivindicación. Además, creo que muchos de vosotros no habéis comprendido el verdadero sentido del aplauso y lo habéis convertido en un acto rutinario desprovisto de sentido alguno, saliendo al balcón como profundos autómatas.
En segundo lugar, me gustaría dar un último mensaje para los que, a mi modo de ver, sois hoy protagonistas: los padres. Para los que habéis actuado con sensatez, mi más profunda enhorabuena, ojalá sigáis actuando así mientras todo esto dure, y siempre. Para los que habéis demostrado irresponsabilidad, os emplazo a que intentéis ser un buen espejo para vuestros hijos –y, por qué no, para vuestros allegados–, y si realmente lucháis de forma cotidiana para que sean personas de provecho en todos los sentidos y para que construyan una sociedad mejor, obrad como tal e intentad proyectarlo en ellos. También os necesitamos y, como popularmente se suele decir, “es de sabios rectificar”.
P.D.: Me gustaría dedicar esta carta a mi abuela Hildegard, recientemente fallecida el día 16 de este mes, producto del desgaste causado por una grave enfermedad, y a la que recuerdo y recordaré con profunda estima.
Os agradezco de antemano vuestra atención y os mando fuerza a todos en estos días aciagos.
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