"Soy de Oviedo, no conozco el miedo", decía Gerardo Diego
Ya no existe aquel Oviedín del alma al que don Armando Palacio y Clarín y más tarde Dolores Medio y Juan Antonio Cabezas elevaron a la categoría de mito.
Pese a lo cual somos muchos los que le seguimos rindiendo pleitesía.
Confiemos en que el espíritu de Vetusta, su humor y resiliencia sigan albergados bajo el alero de las gárgolas de la Catedral.
Para empezar, hemos jubilado a los sastres. Quisiera poder explicarlo: el vulgo no se viste a la medida, prefiere el prêt-à-porter. ¿Qué sería de nosotros sin El Corte Inglés?
Esta tarde pondré una vela a San Homobono, patrón de la alta costura, para que, por su intercesión, los sastres vuelvan a Oviedo otra vez.
Aquella elegancia sartorial y señorío de la calle Uría no son de rúbrica actualmente. Lo que se estila es el adefesio.
La juventud se viste de colorines, calza zapatillas y chupas y va como le da la gana.
Gracias a Dios, las grandes confiterías resisten (al ovetense le privaron de siempre los pasteles, aunque Gijón, Avilés o Salas, sin olvidar Luarca, que tampoco se queda muy lejos) sin echar el cierre, no sabemos por cuánto tiempo, con esto de la epidemia del morbo chino o lo que sea.
Las mejores reposteras eran las monjas y por la misma razón que las épocas pasan hoja los monasterios se mueren.
Sin embargo, hemos de ser gustosos de releer a don Armando en estos tiempos de crisis, pandemias, cólicos misereres y miedos, cuando lloramos a muchos amigos muertos, porque sus páginas generan optimismo.
Estoy hablando, para corroborar tal afirmación, en "La Alegría del Capitán Ribot".
Más adelante, en la "Aldea Perdida", Nolo y Plutón se nos aparecen bajo la fantasmal y vaporosa presencia de Demetria, el prototipo de la hembra astur. Que igual que Venus nació de la espuma.
Nadie cantó como Palacio Valdés a la mujer y al paisaje asturiano. Que van a la par y son dos cabos de la belleza del Principado.
El aire puro y los buenos calostros de la vaca "Marela" son el mejor remedio para curarse del bacanal y corrompido Madrid en "El idilio de un enfermo".
Más que narrar, el gran novelista de Entralgo observa. Sus obras constituyen un estudio psicológico de primera categoría.
Es costumbrista, por supuesto, pero en gran parte de su obra se nos presenta como un psicólogo que ahonda en las peculiaridades de la raza humana, en sus virtudes, defectos y manías, grandezas y servidumbres.
Su intención al narrar es entretener y de paso moralizar. Sus páginas dejan en el lector una sensación de quietud melancólica. Nos dormimos, al socaire de su pluma, en ese vaivén de duermevela, con el poso melancólico que deja el paso de los años desde la añoranza del mundo que quedó atrás, de aquella Asturias que se fue para no volver. Pero hay que vivir. ¡Puxa Asturies!
Es preciso soñar y enfrentarse al futuro con optimismo. Digamos que don Armando es todo un modelo de congruencia consigo mismo y de salud mental. El sufrimiento curte a las personas y un buen marinero del tenor de esos pixuetos que describe en "José" aguantan el timón y amuran vela cuando ruge la marabunta, la mar se encrespa y hay marejada de leva.
Démosle caña a la pandemia.
Leer al gran don Armando no solo constituye un goce estético, es también una inyección de moral.
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