Baremos
No hay baremo más fiable para la economía de un país que las colas de sus comedores sociales o de sus bancos de alimentos: si es pequeña, el país aguanta el tipo, si rodea la manzana, el país no aguanta ni de su bandera; a una discoteca acude la diversión, a un bar el alterne, a una iglesia la fe, a un banco de alimentos siempre acude la pena acompañada de la necesidad, después de haber vencido a la vergüenza.
La imagen de doscientas personas guardando cola a las puertas de un banco de alimentos es el fiel reflejo de la escasez y de los problemas familiares que comienza a arrastrar nuestra sociedad, sometida a la exposición pública de su pobreza a cambio del agradecido alimento que garantiza su supervivencia. Existen licencias en la forma de hablar, de escribir, de representar la historia para que la película cobre interés y todo cuadre a la perfección, y que, aunque no son ortodoxas, garantizan un producto final comercial y rentable para todos, pero hay formas de multiplicar el dinero en beneficio propio en que el sujeto no obra milagros sino que se toma demasiadas licencias y, aunque su resultado final sea lucrativo para él, lastra a los demás porque acaba descansando el dinero en un paraíso fiscal, cuando sería de gran ayuda para un mundo que se acerca al límite anímico que controla el comportamiento, provocado por la impotencia de no poder adquirir productos asociados a la dignidad humana, a la angustia de que si hoy ya no llegas, ¿qué será de los tuyos mañana?, una sociedad que expone en sus calles coches de lujo, mansiones de ensueño, viajes a paraísos naturales, hoteles con muchas estrellas, menús de doscientos euros, al final, se para un mes, y, unos rozan la miseria y, los otros, están sumidos hasta el cuello ya en ella.
Algo no funciona, o, quien puede cambiar esto no quiere hacerlo o no sabe hacerlo, en cualquiera de los casos, tenemos un problema.
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