La ceremonia de la confusión
El presidente del Gobierno se dirigió a los españoles, como si fuéramos sus discípulos, para devolvernos a la "nueva normalidad", con un plan "desescalada gradual, asimétrico y coordinado". Bonitas palabras para dar soporte a un plan que, lejos de convencer, ha creado un nivel de incertidumbre y un grado de frustración difíciles de asumir por la ciudadanía.
Incertidumbre porque quedan demasiadas preguntas para las que no hay respuestas, y frustración porque la mayoría de las propuestas encaminadas a reactivar la economía han provocado el efecto contrario debido a que las condiciones impuestas en los diferentes sectores abocan a una mayor destrucción del empleo cuando no a la quiebra total de los negocios.
Ante este panorama tan desolador el Gobierno se parapeta poniendo como escudo y principal argumento de defensa la salud de los españoles, plantando cara, sin argumentos, a las demás fuerzas políticas radicalmente críticas con sus planteamientos, y afrontando, sin concesiones, las exigencias de las comunidades autónomas que se han visto ninguneadas al no haberse tenido en cuentas las peculiaridades específicas de cada territorio.
Si lo que pretendía el jefe del Ejecutivo con sus medidas era recibir el aplauso de los españoles, ha logrado el efecto contrario, ya que ahora son muchas más las dudas que las certezas ante una "desescalada" que no convence ni beneficia a nadie, y que lo único que ha logrado es hundir más, si cabe, la moral ciudadana y crear mayor confusión. Un panorama que se presenta desolador, incierto e impreciso, por las prisas de un Gobierno que, al verse desbordado, ha tomado una serie de medidas precipitadas y sin consensuar con las comunidades autónomas, medidas que están siendo contestadas airadamente desde todos los sectores y que está generando ya, social y económicamente, desconcierto, pesimismo e impotencia.
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