Mil pelas

1 de Mayo del 2020 - Manuel Vega-Arango Alonso (Llanera)

En estos días en que hemos tenido tanto tiempo para pensar, para rendirnos cuentas, a mí me ha dado por acordarme del viejo billete verde de mil pesetas, ese que tantos de nosotros hemos metido triunfalmente en nuestro bolso antes de irnos a dar una vuelta por ahí.

Mil pelas, seis euros al cambio actual. Con ese billete metido en el vaquero –ahora hay que llamarlos jeans o denim– hace treinta años eras el rey del mambo. Ibas casi a donde te daba la gana. Primero, porque te lo permitían, y segundo, porque tenías fondos para ello. Tenías tiempo, libertad, y pasta. Te ibas al cine, luego cenabas algo por ahí, y todavía te quedaba para echar algo de gasolina, o tomar un carajillo en un bar. Con mil pelas, invitabas. Pasabas un día y medio fuera. Hacías planes. El límite era cuando se te acabasen, porque siempre había algo que hacer, calle, merendero, playa, parque, gente con quien hablar, reírte, o incluso liarte a mamporros si la cosa se ponía fea. Las mil pelas, las llaves de casa, y adiós. Nadie llevaba el DNI porque no lo pedían, ni cartera porque no tenías nada que meter en ella, ni móvil porque no existía, ni nada. Si querías encontrar a alguien, sabías donde ir. Si no estaba, esperabas. Te sabías de memoria los cuatro teléfonos de tus amigos y de la chica que te hacía algo de caso, y ya está. Yo aún me acuerdo de todos los números, seis cifras. Nunca se me olvidarán. Llevabas la ropa que tenías, y si era una ocasión especial, te ponías la camisa que casi nunca usabas, por no estropearla. Tiempos de ropa de quita y pon, de remendar y zurcir. Agujeros en las suelas, vaqueros Lois desintegrados por el uso, y peluquero cada tres meses.

En cuanto soltabas el verde de las mil pelas, te veías con unos cuantos billetes marrones, los del calvo, Manuel de Falla, y un montón de monedas, duros que con el roce te iban agujereando el bolsillo pequeño del vaquero, el único bolsillo imprescindible en tu indumentaria. El agujero sobado donde metías los cinco últimos duros con que comprar un bocadillo de tortilla de patata en cualquier bar. En todos los bares te daban un vaso de agua del grifo si lo pedías con buenos modales, sin problema, como algo normal.

Ahora, llevo con cincuenta euros en el bolsillo cuarenta y cinco días. No sé en qué gastarlos, y tampoco puedo emplearlos en nada. Aunque quiera. Misión imposible. Confieso que me daría un poco de grima el cambio, así que lo poco que pago lo hago con tarjeta. Pienso que estos cincuenta euros son al cambio más de ocho mil pelas, y la que podríamos haber armado con semejante capital en aquellos años gloriosos, y me sonrío. Podíamos incluso habernos fugado de casa. Al menos, durante un rato.

Es entonces cuando me doy cuenta de la suerte que hemos tenido la gente de mi generación, y lo felices que hemos sido, sin móvil, crema solar, reloj, y teléfono de atención al menor. Prestándonos libros, y no prestándonos los discos, que solo tocaba el dueño, único con derecho a rayarlo. “Brass in Pocket”, “Pretenders”. Trescientas pelas. Como para fiarte.

Hace ya muchos años que leí el “1984” de Orwell, y casi no me acuerdo de en qué consistía aquella sociedad distópica tan bien imaginada. Me da igual. Creo que todos pensamos en ocasiones sobre lo que pudiendo hacer no hicimos, las vivencias que dejamos pasar y que también marcaron nuestros caminos, pero el hecho cierto es que, mirando atrás, me doy cuenta de que fuimos muy felices, mucho más humildes, e infinitamente más libres. Ahora, cuando veo a un niño pequeño por cualquier parte, a veces imagino cómo serán sus recuerdos cuando llegue a mi edad, y me entristece pensar que difícilmente puedan llegar a ser como los míos. Diría que lo tienen mucho más difícil. Nosotros hemos sido unos absolutos privilegiados. Quien lea esto y sepa lo que son unos Lois, o le suenen los “Pretenders”, me entiende, y sabe que esto, es así. “Brass, and freedom, in pocket”. ¿O no?

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