Elogio del confinamiento
En estos tiempos revueltos, y aún a tiempo de entendibles revueltas, vuelven a estar de moda, si es que alguna vez han dejado de hacerlo, personajes ilustres como Camus, Saramago, Spengler, Groucho Marx o Chiquito de la Calzada, entre otros. Cada uno con una visión moralizante, filosófica o histriónica de situaciones parejas a la actual.
Me quedaré con Camus y con una de sus obras, que no es “La Peste” precisamente, ni tampoco “El estado de sitio”, sino su obra más reconocida, como es “El extranjero”, que refleja, desde mi humilde punto de vista, la situación que estamos viviendo en este estado de alarma.
Meursault, paradigma del hombre absurdo que Camus describiría también en otra obra coetánea “El mito de Sísifo”, vive una peripecia paradójica, absurda. En la primera parte del relato se nos presenta como un hombre en libertad, pero irreflexivo, inconsciente, temerario; ya en prisión, privado de autonomía, deviene juicioso, prudente, consciente de sus actos. Trágico y absurdo destino el de Meursault, como el del hombre occidental, contemporáneo, que deambula entre una inconsciente libertad y un reflexivo confinamiento. Sin saberlo, éramos felices, como Groucho, con aquellas pequeñas cosas cotidianas; la felicidad era aquello. Ahora, condenados al ostracismo en nuestras moradas-castillo, hemos cerrado la muralla a la letal carga viral, pero, desgraciadamente también, al corazón del amigo.
Prochaska y Diclemente describen cuatro etapas en el proceso de cambio cognitivo-conductual: precontemplación, contemplación, acción y mantenimiento. El confinamiento (la cuarentena sanitaria ha coincidido qué coincidencia, con la Cuaresma católica. En inglés cuaresma se dice lent, término derivado de una forma antigua que hacía referencia a long, prolongación de los días primaverales; aunque el tiempo vuela, a nosotros estas jornadas se nos están haciendo interminables, eternas) nos ha llevado a casi todos a una actitud contemplativa, reflexiva sobre nuestro vivir en general, después de una fase, digamos, de ilusa tranquilidad; bienvenido el confinamiento, si este nos hace visionarios y entramos en acción, pero el hombre suele tropezar más de una vez en la misma piedra, no cae fácilmente del caballo, necesita meter el dedo en la llaga, y después de esta volveremos, seguramente, a un consumo nervioso e hiperactivo, a una movilidad paroxística, a una vida social promiscua y acelerada.
La pandemia vírica es fruto de la actividad del hombre, más concretamente, es hija de la globalización, penúltima manifestación del capitalismo salvaje, pero aquella no viene sola, pues la madre ha sido prolífica en engendros, verdadera caja de Pandora, y al coronavirus, aunque pareciera de estirpe más regia y noble que otros bichos microscópicos (hablamos ampulosamente, por ejemplo, de virus informáticos, pero, con desprecio, de bacterias fecales o parásitos sociales), cual heraldo del Apocalipsis, le sucederán males mayores e irremediables como el cambio climático.
Tomemos nota porque, si no es así, como le sucedió a Meursault, todos acabaremos, querámoslo o no, velis nolis, sí o sí, patibularios. ¡Por la gloria de mis muertos!
Hasta luego, Luca.
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